En 1811, donde la bravura del movimiento revolucionario paraguayo, dirigido por hombres probos, visionarios y amantes de la soberanía dejaron sus nombres escritos en la posteridad. El capitán Pedro Juan Caballero, Fulgencio Yegros, Vicente Ignacio Iturbe y Mauricio José Troche, sumado a Fernando de la Mora, Juana de Lara, Juan Valeriano Zeballos y José Gaspar Rodríguez de Francia, cimentaron la liberación del yugo español.
La idea de libertad pertenece a la naturaleza humana. Independencia es tener autonomía, la libertad de obrar para bien general y propio. Sin temor a equivocaciones, los comienzos de la vida independiente han marco al pueblo de esta tierra, expuestas luego en otros avatares de la existencia del Paraguay, donde el valor y amor a la patria, permitieron salir adelante, sobreponerse a la ruina de dolor, la pobreza, la muerte y el atropello.
El pedazo de tierra que se llama Paraguay, no sería tal si no fuera sostenida por mujeres de “hierro”, valerosas, de corazón infranqueable. Así confirma los pasos de la patria que floreció en un Paraguay imponente, rico en economía y de grandes hombres. Ni ultrajes y cobardía de tres naciones infames, pudieron despojar del valor impregnado en la mente y el corazón del paraguayo. En este tiempo, es justo significar que la realidad de esta independencia se ve afectada profundamente, y no preciosamente por lo externo, por deseos insanos de lacayos de imperios.
La opresión del yugo contemporáneo ya no tiene carácter de “corona”, pero es igual de dañina y dolorosa. Los atropellos de este tiempo no lo protagonizan quienes utilizan idiomas distintos. No hay espadas desenvainadas, sonorosos cañones ni olor a pólvora en tardes calurosas, sino corrupción imperante y males sociales que causan dolor, marginalidad y falta de oportunidad. Autoridades electas por el pueblo, y propios ciudadanos que hicieron como sus proclamas la corrupción, la hipocresía y la codicia.
Hoy el poder es utilizado para oprimir. Lo paradójico de nuestra historia nos pinta que hoy la dependencia la sostienen los propios paraguayos que atropellaron la dignidad de ser representantes del pueblo, y denigraron la memoria de hombres probos. Pobreza, ignorancia, falta de trabajo, de salud pública, la mediocridad política, son las cadenas que nos sostienes a la falta de independencia. Opresión que no se compadece de los ideales que plasmaron los verdaderos héroes, constructores del Paraguay.
213 años de historia propia, con realidades de luces y sombras que surcaron los rincones de cada espacio del territorio defendido desde antaño con esfuerzo diario, con sudor y sangre de valientes anónimos que tienen como consigna la honestidad por sobre todo, incluso por sobre necesidades humanas. Los pasos del tiempo fueron testigos de vergonzosas actuaciones propias, que generaron más dolor que la agresión de otros salvajes.
El corazón de Sudamérica que sigue en la lucha firme por tiempos mejores, tiempos soñados por los próceres de la Patria, hace más de dos centurias. Pero pese a los constantes atropellos la esencia de “la sangre guaraní” no se coaguló por dictaduras, ni por imposiciones de grupos partidarios que desnaturalizaron la función de un verdadero político, pues sigue en constante circulación en quienes tienen comportamientos adecuados y concordantes con el deseo del bien común.
Se ha demostrado con creces que esta tierra alberga a gente diferente, a personas que pueden reponerse de adversidades, levantarse de las cenizas, y que es capaz de pregonar los ideales humanos en todos los rubros del quehacer estatal. El Paraguay autónomo necesita retomar esos mismos principios que motivaron el salirse del yugo español, para construir una sociedad realmente patriota, defensora de las buenas costumbres y de lo correcto.
Pero los desafíos necesitan de valientes que expresen reivindicaciones ante la opresión de la ignorancia propia, de la corrupción que tiene como integrantes al mismo pueblo que tanto afecta. Recordar no es solo para aplaudir, sino para imitar, vivenciar. La memoria es un valor necesario, para no repetir errores de confianza. Hoy, el Paraguay llama a un nuevo movimiento para gestar un “golpe” a los males que el pueblo sufre por las desigualdades humanas. En conjunto, unidos, trabajando por realidades mejores. Unidad contra politiqueros, planilleros, corruptos, autoridades inútiles.
Es momento de avanzar en pos de un cambio, un cambio de lo mezquino por lo realmente de utilidad general. Ninguna imposición de lo incorrecto puede tener al pueblo presente quieto, callado. No habrá paz ni justicia, si no la impulsa el soberano pueblo, con su comportamiento y vivencia. Los pasos dados por nuestros antecesores forjadores de la Patria, deben ser imitados por la generalidad. El turno es de la presente generación. No hay forma de eludir la responsabilidad de todos de exponer la valentía necesaria para de verdad ser la esperanza del país.
Los liderazgos deben ser positivos, cimentados en los mismos ideales de los próceres, y no solo para beneficio propio o de grupos afines. La juventud tiene el mismo deber de hace más de doscientos años. El despertar siempre ha tenido el brío de la clase pensante, del esfuerzo de prominentes figuras que no fueron creados por publicidades, ni por partidos políticos, sino de amantes de lo correcto, de la gente y de su terruño.
Los paraguayos, no debemos perder de vista que sin valentía ni heroísmo no sería posible estar donde estamos, aunque también el lugar donde estamos no es merito político, sino gracias a ese incansable esfuerzo que siempre pudo levantar una y otra vez un país que no deja luchar. Es momento de marcar el sentir profundo de paraguayidad, que perdure en conductas, y visiones futuras para que el Paraguay sea por siempre Libre e Independiente de incorrecciones y malvivencias.