Desde malvivientes comunes, hasta actores políticos, sociales y todo quien se considere “influenciador”, proceden a medir el valor de los medios de comunicación, exponiendo pareceres incoherentes y hasta irrisorias. Medir objetividad de la prensa, conforme afecte o no lo publicado, es tan hipócrita como el nivel de inteligencia de proponentes, La prensa siempre es “chivo expiatorio” de sinvergüenzas autoridades y de corruptos que por bromas macabras ocupan cargos oficiales.
Ningún medio de comunicación, por cumplir el rol de informar, debe ser satanizado. Dar a conocer arbitrariedades es elemento fundamental de la sociedad. Si lo incorrecto es protagonizado por el fulano que fuere, y este lo llama de paria y subjetivo a un medio por publicarlo, no precisamente es coherente. Cuando afectados por exposiciones mediáticas son amigos, apadrinados, correligionarios, amantes o parientes de quienes ostentan el poder, siempre se busca hacer creer que la malicia nace del medio, no de hechos de los protagonistas.
Solo en la mente de un verdadero malviviente puede pasar que al ser descubiertos fechorías, despilfarros de dinero público, negociados y asquerosos robos se encuadren dentro de alguna persecución o irresponsabilidad. La realidad es clara al retratar que a través de los medios se detectaron innumerables casos de corrupción, que desnudaron conductas de muchos impolutos y habladores. Qué culpa tiene la prensa de que se soliciten informes sobre licitaciones “dudosas”, de obras mediocres, de contratación de operadores políticos en instituciones públicas, de investigaciones fiscales?
No es culpa de los medios que proliferen “amigos” del poder de turno en cargos sin méritos, y con frondosos antecedentes. Negociados con dinero ciudadanos no fueron inventados por los medios. La prensa pasa a ser “comprada”, por dar a conocer sucio actuar de gobernadores, intendentes, y concejales, tan mediocres y corruptos como los anteriores. Los medios de comunicación no son los encargados de velar por la salud pública de los ciudadanos, ni culpable por robos, asaltos y la inseguridad, por lo que considerar tendenciosas realidades, es un absurdo bárbaro, contrario a la realidad.
No es cuestión de subjetividad ni fanatismo, la realidad está nada más centímetros más allá de la propia nariz, por lo que no visualizarla es por una ceguera adrede. Los que ostentan poder, o anhelan poseerla, deben analizar propias conductas y guardar silencio cuando lo que se intenta expresar es el propio vicio. Cualquiera es capaz de hablar bien de sí mismo, o de propios candidatos. La tergiversación de información es un mal de algunos medios de comunicación, pero precisamente de aquellos que están al servicio de afectados por destaparse “cámaras sépticas”.
Ser prisioneros del fanatismo quita toda capacidad de discernir y por ende resta validez a sentencias. La ineficiencia, inoperancia, hipocresía y la vida de ricos de muchos que ni siquiera tenían para pagar el pasaje en el transporte público, son cuestiones no atribuibles a los medios. Los mismos robos, la misma corrupción, pero con tez diferente. Medir a todos con la misma vara es un deber ajeno a amigos, o propios correligionarios de los periodistas. Publicar desaciertos de seudo políticos debe ser aplaudido, incluso por partidarios de los bastardos del rubro. Intentar arrojar cargas sobre hombros ajenos, en este caso de la prensa por malvivencias personales, no borra criminales gestiones. La prensa solo debe ser amiga de la verdad y sometida a ella.