TENDENCIA (Reflexión, por Charly Friend) Desde el primer instante que Robert vio a Golfo, su vida cambió para siempre. Encontrado en una alcantarilla, el pequeño perro se convirtió en su más leal compañero. Robert, un humilde campesino, sufría una enfermedad mortal que lo dejaba cada día más débil. Solo le quedaba una certeza: quería pasar sus últimos días junto a su fiel perro, quien lo acompañaba a cada rincón del pueblo, moviendo su cola con entusiasmo a pesar del inminente final de su amo.
Una noche, mientras descansaba en su rancho, Robert fue despertado por tres golpes secos en la puerta. Confundido y debilitado, miró por la ventana, pero no había nadie. Sin embargo, Golfo no dejaba de ladrar, furioso, como si percibiera algo que los ojos humanos no podían ver. Robert sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero su maldita curiosidad lo empujó a abrir la puerta, sellando, sin saberlo, su propio destino.
Apenas la abrió, cayó inconsciente en el umbral. Golfo ladraba desesperadamente, pero nada pudo evitar lo inevitable. Los vecinos llegaron alertados por el perro y llevaron a Robert al hospital. Aunque los médicos conocían su enfermedad, había algo extraño, algo que no podían explicar. Robert parecía estar consumido por una fuerza oscura e invisible.
Desesperado, uno de los pocos familiares que le quedaba, su primo, recurrió a un brujo local. La muerte, dijo el brujo con ojos sombríos, ya había reclamado su alma, y no había nada más que hacer. Días después, Robert falleció.
Durante el velorio, Golfo no se separaba del ataúd. Y cuando llegó el momento del entierro, el fiel perro lo acompañó hasta el cementerio. Los días pasaban, pero cada mañana, Golfo regresaba a la tumba de Robert, acostándose sobre ella, esperando… quizás a que su amo volviera, o tal vez solo para sentirlo cerca de nuevo. Durante años, el perro mantuvo esa rutina, hasta que, envejecido y agotado, finalmente dejó de moverse. Su cuerpo fue hallado por los trabajadores del cementerio, justo encima de la tumba de su dueño.
—Qué estupidez —murmuró uno de los sepultureros—. Ese perro murió de lealtad, ¿para qué? Debería haber buscado otro amo.
Su compañero, mirando el cuerpo inerte de Golfo, respondió con voz grave:
—Lo que tú llamas estupidez, yo lo llamo lealtad… algo que tú, y muchos más, jamás entenderán.
Y tú, ¿serías capaz de mostrar una lealtad tan pura, aun cuando ya no hay nadie para devolvértela?
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