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¿Se romperá el océano Atlántico? Dos científicos conmocionan al mundo con su respuesta

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En los años 90, Ditlevsen consideraba que el cambio climático era algo aburrido, pero esto era emocionante. Empezó a analizar el registro de los núcleos de hielo en busca de señales de advertencia de un salto inminente. Buscaba patrones que precedieran a esos 25 cataclismos, por ejemplo, firmas en el contenido de oxígeno-18 o en el calcio. Cualquier cosa que precediera de forma fiable a un cambio brusco. Pero los indicios, si es que existían, eran fáciles de pasar por alto. Encontrarlas era, en última instancia, un problema de estadística: qué es una señal real y qué es mero ruido. A veces, Ditlevsen recurría a su padre, profesor de matemáticas e ingeniería en otra universidad danesa. En todos esos años, Ditlevsen nunca encontró una señal de alerta en los datos de los núcleos de hielo.

Peter Ditlevsen levanta un segmento de un núcleo de hielo, en el Instituto Niels Bohr.

Fotografía: Emilie Laerke

Pero en otras partes del planeta, los científicos acumulaban pruebas de que determinadas zonas del sistema climático se acercaban a umbrales peligrosos y a grandes transiciones propias: el deshielo de las capas de hielo de Groenlandia (7 metros de subida del nivel del mar) y de la Antártida (otros 60 metros), la muerte de la selva amazónica (pérdida incalculable de biodiversidad), la alteración catastrófica de los monzones (sequías que afectan a miles de millones de personas).

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, los cerca de 200 grandes árbitros del canon climático, dedicaba cada vez más páginas de sus informes a este tipo de riesgos. Y los científicos se unieron en torno a un lenguaje para lo que estaban viendo. Llamaron a los umbrales “puntos de inflexión”.

Los peligrosísimos puntos de inflexión

Están en todas partes. Echa agua a un fuego y las llamas se reducirán pero se recuperarán. Echa suficiente agua y cruzarás un umbral y lo apagarás. Inclina una silla y se tambaleará antes de volver a asentarse sobre sus cuatro patas. Empuja más fuerte y se caerá. El nacimiento es un punto de inflexión. También lo es la muerte.

Una vez que has empujado un sistema a su punto de inflexión, has quitado todos los frenos. No hay salida. Como decía recientemente un informe de 500 páginas, los puntos de inflexión climáticos “plantean algunas de las amenazas más graves a las que se enfrenta la humanidad” Cruzar uno, prosigue el informe, “dañará gravemente los sistemas de soporte vital de nuestro planeta y amenazará la estabilidad de nuestras sociedades.”

En 2019, la Unión Europea puso en marcha un proyecto sobre los puntos de inflexión climáticos en el que participaron cincuenta científicos de quince países. Un gran objetivo: evaluar el riesgo en un futuro cercano de, por ejemplo, una detención de la AMOC o que el Amazonas se convierta en una sabana. Ditlevsen asumió la dirección del proyecto. Su socio fue Niklas Boers, físico del clima de la Universidad Técnica de Munich, en Alemania.

En su época de doctorado, Boers había estado estudiando matemáticas puras antes de renunciar a ellas: “No quiero decir que no tuvieran sentido, pero no me interesaban”, recuerda. El sistema climático en su conjunto es tan complejo que ahí es donde realmente puede desplegarse la belleza de las matemáticas, de la teoría de la probabilidad, de los sistemas dinámicos y de la teoría de la complejidad”, explica.

¿Cuántos Sverdrups dijiste?

Al igual que la velocidad natural al caminar, la AMOC tiene una velocidad de flujo preferente. Se mide en “Sverdrups”, en honor al oceanógrafo noruego Harald Sverdrup, que en la primera mitad del siglo XX modernizó el estudio de los océanos con un libro de texto y un plan de estudios de gran alcance. La velocidad varía según el lugar, pero en la actualidad, a una latitud de 26 grados norte, el caudal es de 17 Sverdrups, o 17 millones de metros cúbicos por segundo. Los Sverdrups pueden oscilar al alza o a la baja, pero con el tiempo el caudal vuelve a esa tasa preferida. Sin embargo, cuando un sistema se acerca a un punto de inflexión, el carácter de las fluctuaciones cambia. En el caso de la AMOC, es posible que el caudal se esfuerce cada vez más por recuperar el equilibrio. El caudal puede alejarse cada vez más de la cómoda línea de base. Y el sistema puede tardar más en volver a su estado rutinario. Estas características son una obsesión de los matemáticos del punto de inflexión. Si trazáramos los datos de un sistema que está a punto de volcar, veríamos que los puntos de datos siguen primero una trayectoria agradable y predecible; luego la trayectoria se vuelve inestable, y después sufre grandes oscilaciones. El sistema es cada vez menos estable y tarda más en recuperarse. Casi da pena. Se percibe una especie de enfermedad.

Para personas como Boers y Ditlevsen, sin embargo, hay un problema: las mediciones continuas de la velocidad de flujo de la AMOC se remontan solamente a 2004, cuando los científicos instalaron estaciones de vigilancia en el mar. No es, ni de lejos, tiempo suficiente para que los investigadores puedan ver, en los datos, lo que realmente está haciendo la AMOC. Así que Boers decidió utilizar algo adyacente a la AMOC, que también resultó ser el único conjunto de datos a largo plazo que tiene algo que ver con el Océano Atlántico. Utilizaría las temperaturas de la superficie del mar.

El frío de abajo

En 1749, un comerciante de esclavos inglés que navegaba frente a la costa occidental de África bajó al agua un cubo especial con válvulas y un termómetro. Lo hizo una y otra vez, subiendo el cubo y anotando la profundidad de la muestra y la temperatura del agua. Le sorprendió comprobar que las aguas profundas siempre estaban frías. Su tripulación, cansada por el calor, utilizó inmediatamente las aguas profundas para bañarse y enfriar sus bebidas. A partir de entonces, otros navegantes arrojaron esporádicamente cubos al Atlántico y anotaron las lecturas, bien por curiosidad científica o como posible ayuda a la navegación, para identificar una corriente útil o recibir un aviso de la presencia de icebergs. Recogieron los datos en muchos lugares, a distintas profundidades y a distintas horas del día. También utilizaron todo tipo de cubos, termómetros y unidades de medida (centígrados, Fahrenheit, Réaumur). Los datos eran un caos. Un siglo más tarde, un consorcio de naciones marítimas estandarizó el método de medición. Pero no fue hasta la década de 1970, cuando se desplegaron boyas a la deriva repletas de instrumentos y satélites meteorológicos, cuando se registraron sistemáticamente las temperaturas de los mares.

Científicos e historiadores han dedicado décadas a depurar y organizar todos esos datos. Otros investigadores tomaron esa información, cientos de miles de lecturas de temperatura (y otras mediciones, como la salinidad), y la utilizaron para calcular indicadores indirectos de la fuerza de la AMOC. A estas mediciones las llamaron “huellas dactilares”.

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