Arqueólogos y médicos españoles identificaron en un fósil el registro más antiguo del síndrome de Down en la especie neandertal. El cráneo, que data de aproximadamente 200,000 años, pertenecía a un infante de seis años. La investigación de su morfología reveló manifestaciones en el oído exclusivas de esta condición. Aunque los hallazgos son valiosos desde el punto de vista genético y evolutivo, los científicos a cargo creen que han descubierto un enfoque más significativo: han dado con la historia de un infante sordo e incapaz de ponerse de pie, perteneciente a una especie distinta al Homo sapiens, que experimentó compasión, cariño y altruismo en la prehistoria.
Mercedes Conde e Ignacio Martínez Mendizábal originalmente intentaban determinar a qué especie pertenecían los restos encontrados en un yacimiento arqueológico de España. Durante su análisis, encontraron que una de las cavidades del oído interno contenía un engrosamiento anómalo difícil de ignorar. Estas malformaciones congénitas estaban en el hueso temporal, en la parte lateral del cráneo. Por sí solas, las alteraciones apuntan a problemas de audición y vértigo, pero todas juntas solo pueden revelar síndrome de Down. Sus hallazgos se publicaron en la revista Science Advances.
Existe una historia viral atribuida a la antropóloga Margaret Mead que habla sobre el registro más antiguo de civilización. En una de sus clases universitarias, Mead dijo que los primeros vestigios de cultura no estaban en los instrumentos para cazar o comer, sino en los huesos sanados. Específicamente, se refería a un fémur fracturado. Una pierna recuperada de un adulto mostraba un escenario donde alguien más se quedó con él para inmovilizarlo, tratarlo y suministrarle alimentos. Era una muestra de solidaridad y atisbos de bondad humana.
En la anécdota del fémur, los protagonistas son Homo sapiens, los antepasados del ser humano moderno. Sin embargo, el cráneo con rastros de síndrome de Down, identificado desde 1989 en el Yacimiento de Cova Negra, Valencia, pertenece a un Homo neanderthalensis. Son dos especies distintas que coexistieron durante la era Paleolítica. En la competencia por los recursos, el Homo sapiens triunfó y el neandertal se extinguió. Estos últimos homínidos tenían áreas menos desarrolladas del cerebro vinculadas directamente con habilidades visoespaciales, imaginación visual y la creación de herramientas.
Tina vivió gracias al apoyo de más neandertales
Los científicos se refieren a ese neandertal como Tina. Aunque no es posible determinar si fue mujer u hombre, es seguro que vivió hasta los seis años, sin poder escuchar, ponerse de pie, y con síndrome de Down. “Son síntomas altamente incapacitantes”, aceptó Mercedes Conde. El hecho de que Tina haya vivido tanto tiempo durante un periodo que comprende entre 230,000 y 140,000 años atrás es remarcable. “Recibió el cariño del grupo, sin duda”, señaló Ignacio Martínez.
“Teniendo en cuenta estos síntomas, es muy poco probable que la madre sola hubiera podido brindar toda la atención necesaria y al mismo tiempo atender sus propias necesidades. Por lo tanto, para que Tina haya sobrevivido al menos seis años, el grupo debe haber asistido continuamente a la madre, ya sea relevándola en el cuidado del niño, ayudándola en sus tareas diarias o ambas”, señaló la autora de la investigación.
Aunque ha habido más registros de cuidados entre neandertales adultos, este es el primero que revela una consideración especial extramaternal hacia un infante con la condición. En los debates sobre el altruismo y la solidaridad entre la especie suelen aparecer argumentos utilitaristas. Algunos paleoantropólogos, por ejemplo, sostienen que los neandertales se cuidaban entre ellos para asegurar la supervivencia del grupo y su preservación en el tiempo, no como un acto desinteresado. Sin embargo, el cráneo de Tina sorprendentemente aporta evidencia a la hipótesis de la bondad del neandertal.
De acuerdo con el artículo de Science Advance, en 1929 la esperanza de vida de infantes con síndrome de Down era de 9 años. Aumentó a 12 años en 1940 y actualmente la cifra despegó hasta los 60 años, en países desarrollados.