Lo que hace posible NAUM es el uso de tecnología desarrollada en centros de investigación de altas energías como el Fermilab, que sirven para detección de partículas elementales. Este proyecto, explica García, es una cuestión de avance tecnológico. Los dispositivos que usan son fotomultiplicadores de silicio, que son pequeños, requieren poca energía y aguantan condiciones de humedad y temperatura extremas.
El detector que se hizo en México tiene la apariencia de un club sándwich de tres tapas y es mucho más pequeño que el usado en Teotihuacan. Cuando un muon atraviesa cualquier tapa del detector, deja una señal que revela su trayectoria. Las coordenadas de cada muon se guardan como números en una computadora. “Cuando uno tiene millones de esas, empieza a ver una imagen. El análisis va a ser bastante rápido, se hace conforme se van detectando. De hecho, en la entrada del túnel hay una computadora que transmite a Chicago y a la UNAM los datos capturados”, detalla Menchaca.
El detector se instalará dentro del túnel. Lo primero será localizar las cámaras conocidas para confirmar que sirve; después, buscarán otros cambios de densidad. Los arqueólogos van a orientar su búsqueda según la información generada por los físicos. Cada medida demora varios meses.
Ocurre 20 años después con nueva tecnología
García Solís fue alumno de Menchaca y soñó con el proyecto NAUM desde hace más de una década. “Ahora se tiene la tecnología para bordar la pirámide de Chichen Itzá”, afirma. Para este experimento, se asoció con el físico Joseph Sagerer de la Universidad Dominicana. En 2020 consiguieron fondos de la Fundación Nacional de Ciencia de Estados Unidos. Los 400 mil dólares otorgados se usaron para construir el detector, comprar materiales y pagar los sueldos de quienes harán la exploración en Chichén Itzá.
García se puso en contacto con Menchaca y su equipo de la UNAM, dada su experiencia y representación en México. Otros científicos en el proyecto son Austin Harton (Universidad Estatal de Chicago), Mark Adams (UIC/Fermilab-QuarkNet), Sten Hansen (Fermilab), Eduardo Pérez de Heredia (Tecnología Zero), Jose Osorio, Marco Antonio Santos Ramirez (Instituto Nacional de Arqueología e Historia – INAH), Azucena Cervantes, Hesiquio Vargas (UNAM) y E. Craig Dukes (Universidad de Virginia). Además, Menchaca sumó al ingeniero Saúl Aguilar y al mecánico Dionisio Conde.
En saber está el hallazgo
“Nuestro rol es producir la mejor imagen posible, los resultados finales están en el terreno de los arqueólogos”, dice el investigador del Instituto de Física. Entre tanto, encuentra emocionante trabajar “en sitios donde estuvo la gente más sofisticada de aquellos tiempos”.
García Solís agrega que no encontrar una cámara en El Castillo no sería un fracaso. Su actitud es, ante todo, científica: “son simplemente los hechos”. Considera que el proyecto es fascinante porque “somos capaces de sintetizar en él la física de altas energías y detectores para arqueología. Muestra que la ciencia y la tecnología pueden ser llevadas al desarrollo cultural”.
— ¿Es posible usar esta tecnología para ver el estado de conservación de otro sitios arqueológicos y sistemas de cuevas de la península de Yucatán?
— En principio sí. Si quisiéramos investigar un sistema de cuevas, lo podríamos hacer, pero tendríamos que poner el detector debajo del sistema que queremos estudiar o, por lo menos, al mismo nivel. Las partículas que usamos para hacer la investigación vienen de la atmósfera y tienen que atravesar la estructura y luego ir al detector.
Por ejemplo, agrega, en Japón se usan detectores de muones para localizar el flujo de magma dentro de volcanes; también se ha usado para ver el interior de un reactor nuclear en Francia y para vigilar el interior de los camiones en fronteras como la de México con Estados Unidos.