La casa de tablas de madera de Sebastían Cocioba en Long Island, no parece un laboratorio de biología vegetal de vanguardia. Sin embargo, cuando entras y echas un vistazo por el pasillo, ves un pequeño rincón con espacio suficiente para un solo científico. El taller está repleto de equipos que Cocioba compró en eBay o que él mismo improvisó con algunos conocimientos de ingeniería. Aquí es donde este hombre de 34 años utiliza la edición genética para crear nuevos tipos de flores más bellas y de olor más dulce que las que existen actualmente; y también es donde espera abrir de par en par el cerrado mundo de la ingeniería genética.
La fascinación de Cocioba por las plantas comenzó en su infancia, cuando quedó cautivado por la intrincada estructura interna de una hoja de arce caída. En la secundaria vio un contenedor lleno de orquídeas en la puerta de una tienda Home Depot; tomó las plantas, las favoritas de su madre, y las hizo florecer con la ayuda de una pasta de hormona de crecimiento comprada en internet. Pronto empezó a venderlas a la tienda: “Me dedicaba a recoger su basura, hacerla florecer y venderla”, comenta.
Con el dinero que ganaba, Cocioba pagó los dos primeros años de biología en la Universidad de Stony Brook, en Nueva York. Pasó una temporada en un grupo de biología vegetal abandonado que le enseñó a experimentar con un presupuesto muy reducido: “Usábamos palillos de dientes y vasos de yogurt para hacer placas de Petri y todo eso”, recuerda. Pero las dificultades económicas lo obligaron a desertar. Antes de marcharse, uno de sus compañeros de laboratorio le dio un tubo de Agrobacterium, un microbio que se utiliza habitualmente para crear nuevos rasgos en las plantas.
De aprendiz a maestro de las plantas
Cocioba se dispuso a transformar su rincón del pasillo en un laboratorio improvisado. Se dio cuenta de que podía comprar equipos baratos en las liquidaciones de laboratorios que estaban cerrando y venderlos con un margen de beneficio: “Eso me dio una pequeña fuente de ingresos”. Más tarde aprendió a imprimir en 3D piezas relativamente sencillas de equipos que se venden con grandes márgenes de beneficio. Por ejemplo, una caja de luz para visualizar el ADN puede fabricarse con unos LED baratos, un trozo de cristal y un interruptor. “Tengo una impresora 3D y es la tecnología que más me ha ayudado”.
“Imagina ser el Willy Wonka de las flores, sin el sexismo, el racismo y los enanos extraños”, ríe. En EE UU, el trabajo con flores modificadas genéticamente está cubierto por el grado más bajo de bioseguridad, por lo que el laborario de Cocioba no debe someterse a estrictas regulaciones: “Hacer edición genética como aficionado en el Reino Unido o en la UE sería imposible”.
Cocioba se autodenomina “pipeta de alquiler” y trabaja para empresas emergentes en el desarrollo de pruebas de concepto científicas. En vísperas de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, la bióloga vegetal Elizabeth Hénaff pidió ayuda a Cocioba para un proyecto en el que estaba trabajando: diseñar una flor de gloria de la mañana (Ipomoea purpurea) con el diseño de cuadrícula azul y blanco de los Juegos. Dio la casualidad de que en la naturaleza ya existía una flor con este patrón: la fritillaria cabeza de serpiente (Fritillaria imperialis). Cocioba pensó en una forma de importar algunos de los genes de esa planta a una gloria de la mañana. Desgraciadamente, la fritillaria cabeza de serpiente tenía uno de los genomas más grandes del planeta y nunca se había secuenciado. Con los Juegos Olímpicos a la vuelta de la esquina, el proyecto se vino abajo: “Acabé con el corazón roto, no pudimos ejecutarlo”.
El mejor momento para la biotecnología
A medida que Cocioba se adentraba en el mundo de la biología sintética, su enfoque comenzó a cambiar, alejándose de la mera creación de nuevos tipos de plantas y acercándose a las herramientas de la propia ciencia. Ahora documenta sus experimentos en un cuaderno online de uso gratuito. También ha empezado a vender algunos de los “plásmidos”, pequeños círculos de ADN vegetal, que utiliza para transformar las flores.
“Estamos en la edad de oro de la biotecnología”, celebra. El acceso es mayor y la comunidad investigadora está más abierta que nunca. Cocioba intenta recrear algo parecido al auge de los ‘fitomejoradores’ aficionados del siglo XIX, en el que los amateurs compartían sus materiales solo por la emoción de crear nuevas variedades de plantas: “No hace falta ser un científico profesional para hacer ciencia“, menciona Cocioba.
Además de este trabajo, Cocioba es también científico de proyectos en la nueva empresa californiana Senseory Plants. La compañía quiere diseñar plantas de interior que produzcan aromas únicos, una alternativa biológica a las velas o a las varitas de incienso. Una de las ideas con las que está jugando es diseñar una planta que huela a libros viejos, transformando olfativamente una habitación en una antigua biblioteca. La startup está explorando todo un paisaje olfativo de esencias evocadoras; muchas de ellas, diseñadas en su laboratorio casero. “Me encanta lo que estamos haciendo”, concluye.
Artículo originalmente publicado en WIRED. Adaptado por Alondra Flores.