Antonio Skármeta, referente de la generación de escritores chilenos que debió desplegar sus alas en medio de la dictadura militar, falleció este martes a los 83 años. El nombre del autor de ‘Ardiente paciencia’, reeditada como ‘El cartero de Neruda’, su gran éxito, está profundamente asociado a esos años de desgarramiento y esperanza en su país.
“Gracias maestro por la vida vivida. Por los cuentos, las novelas y el teatro. Por el compromiso político. Por el show de los libros que amplió las fronteras de la literatura. Por soñar que la nieva ardía en el Chile que te dolió tanto”, dijo el presidente Gabriel Boric, cuya iniciación como hombre de la política no está disociada de esas lecturas. “Su legado y su compromiso con la cultura chilena vivirán siempre en cada una de sus creaciones”, dijo recordó por su parte el Ministerio de las Culturas. La Universidad de Chile también se pronunció de inmediato. Skármeta se había graduado en esa casa de estudios, en la carrera de Filosofía. “Su gran carrera inspiró generaciones, trascendiendo y promoviendo diferentes ramas de la cultura a través de la literatura. Su legado vivirá por siempre”, señaló la Fundación Teatro a Mil.
Nacido el 7 de noviembre de 1940 en la norteña ciudad de Antofagasta y descendiente de croatas, Skármeta fue un autor prolífico y diversificado, de los cuentos y novelas a las obras de teatro y la literatura infantil, de los guiones de cine a la dirección e incluso a un breve paso por la actuación.
La narrativa chilena de los últimos años ha adquirido reconocimiento internacional a partir de Roberto Bolaño, Pedro Lemebel, y los actuales Benjamín Labatut y Alejandro Zambra, entre otros. Skármeta pertenecía a una camada distinta, la que había seguido la senda de autores como José Donoso, Rodolfo Edwards y Enrique Lafourcade. Su generación, la misma de Isabel Allende, Ariel Dorfman, Poli Délano y Roberto Baeza, entre otros, desplegó sus alas en los albores de la fallida experiencia del Gobierno de la Unidad Popular, derrocado por un golpe militar, y luego entre el exilio y la represión interna. Los primeros libros de Skármeta fueron las colecciones de cuentos ‘El entusiasmo’ (1967) , ‘Desnudo en el tejado’ (1969) y ‘Tiro libre’ (1973).
La sangrienta caída de Salvador Allende lo obligó a abandonar el país. Se estableció primero en Argentina. Luego Bolivia y más tarde Alemania. Allí se unió al nutrido grupo de artistas e intelectuales chilenos que se abocaron a las tareas de denuncia del horror. Fue precisamente en Alemania donde profundizó su relación con el cine, una de sus mayores pasiones. De ese período son las novelas ‘Soñé que la nieve ardía’ (1975), ‘No pasó nada’ (1980), ‘La insurrección’ (1982) y ‘Ardiente paciencia’ (1985).
Retornó a Chile en 1988, en las vísperas del plebiscito que terminó con las aspiraciones del dictador Augusto Pinochet de permanecer eternamente en el Palacio de la Moneda. Skármeta escribió artículos e intervino en las discusiones que crearon las condiciones para la derrota de la dictadura que abrió las puertas para la transición democrática. Al asumir la presidencia Patricio Aylwin, Skármeta fundó el taller literario Heinrich Böll en el Instituto Goethe de Santiago. En mayo de 2000, el tercer presidente de la transición, Ricardo Lagos lo nombró embajador en Alemania. Se mantuvo en ese cargo por tres años.
Casado en dos ocasiones y padre de tres hijos, Skármeta era en un punto una suerte de rara avis en el campo de la cultura de su país. Su popularidad no provenía solamente del mundo de los libros sino de las apropiaciones que había hecho el cine de algunos de sus títulos, como la exitos’El cartero de Neruda’, ‘El baile de la Victoria’, una obra que le valió el premio Planeta 2003, y ‘El plebiscito’, que inspiró el guion de ‘No’, el celebrado filme de Pablo Larraín. Su ‘Show de los libros’ en el canal TVN aflora por estas horas en la memoria de los chilenos. Skármeta no solo conversaba con autores reconcocidos como Pedro Lemebel o Nicanor Parra. Su locuacidad y sentido del humor, mechados con una erudición que nunca trataba de imponerse frente ante el entrevistado, allanaron el camino de la iniciación en la lectura de muchos televidentes. Skármeta siempre sonreía, y muchos prefieren recordarlo de esa manera.