Las decisiones que deban ser tomadas a nivel institucional deben ser absolutamente direccionadas a lo correcto, a lo que debe ser, a lo que se necesita. Independientemente a cuestiones electorales, coyunturas políticas, cada paso que se dé a nivel oficial, debe dirigirse a dar respuestas a las principales inquietudes ciudadanas.
En la vida política, el “deber ser” dice que todo quien ocupe cargo debe buscar afanosamente el bienestar de la comunidad toda, en base a sacrificios y asistencias, siendo incluso estas promesas y compromisos repetidos por las autoridades. Pero penosamente la realidad atropella que las opciones solo fueron por propio interés y luego por el movimiento o partido al que pertenecen los del poder, y por último al pueblo.
La clase política ya no debe seguir en falta con los preceptos fundamentales de la esencia misma de esta institución nacida con el fin del bien común. El patriotismo es también una opción, por lo que cada dirigente debe tomarlo en serio. Todo pasa por elegir, y así como la capacidad de discernimiento nos lleva a la identificación de lo bueno y lo malo, se debe anexar a posturas habituales la opción por lo correcto, honesto y conducente.
Desde todos cargos, la verdad y la honestidad sencillamente deberían ser propios de la identidad humana, acentuada por el rol de cada quien. Si todos, y cada quien, desde la esfera que le toque representar actuase en base de esa opción correcta, el Paraguay habrá dado pasos concretos en la perspectiva de un cambio positivo y realidades mejores.
El Poder Ejecutivo, como motivador de la administración del Estado tiene la obligación de enterarse de la necesidad de optar por lo justo y útil siempre, no cada muerte de obispo. El ejemplo lo dice todo, y hasta tanto no se salga del molde habitual de la conducción prebendaria y corrupta se seguirá respirando quebrantos.
La opción siempre es personal, y antes que fuerzas externas como sugerencias, opiniones o imposiciones partidarias o ideológicas, debería primar la autodeterminación que brinda la libertad individual hacia lo debido. No hacer lo correcto lógicamente es la opción equivocada para la mayoría, así como optar por mezquindades. La ciudadanía también tiene la obligación de optar y una de esas atribuciones fundamentales se concreta en el voto y el seguimiento que se haga en quienes ostentan el poder.
Aunque en la práctica resulte difícil comprender verdaderas intenciones, lo que sí garantiza el cumplimiento de obligaciones es el involucramiento de la sociedad para que el trayecto de lo esperado se concrete y nadie que fue bendecido con representaciones se desvíe. En ese sentido, se puede “obligar” a opciones, mediante presiones a autoridades que ante la “miopía” del bien general, solo optan por lo más conveniente para sí mismos.
Es momento de decidir por lo mejor, por lo más conveniente, por lo más conducente. No hay margen para el error o para la pérdida de tiempo, y demostrar voluntad es la base de cualquier construcción de un país con menos desigualdades humanas. Se tuvo mucho de lo incorrecto, por lo que solo promesas sin resultados inmediatos y sostenidos, poco o nada sirven para un país que a gritos requiere patriotismo. La única opción de los líderes es cumplir obligaciones y que el bienestar general sea inquebrantable regla. Y no se puede seguir negociando el deber ser conforme intenciones egocéntricas.