Alex Marangon, el joven de 25 años fallecido en la provincia de Treviso, Italia, en circunstancias aún por esclarecer, habría participado antes de su muerte en un ritual chamánico en el que podría haber tomado sustancias como ayahuasca y, según informan los artículos de prensa, “veneno de rana”. Pero, ¿qué podría ser exactamente ese «veneno de rana»? A la espera de que las autoridades se pronuncien, basta con considerar algunas de las posibles opciones.

Mucosidad mortal y quemaduras

Su nombre es “kambo” y no es más que la mucosidad de una rana, Phyllomedusa bicolor, originaria de Sudamérica. Esta secreción, producida por el animal en situaciones de estrés como arma de defensa, contiene dermorfina, un opioide natural 30-40 veces más potente que la morfina, pero por esta misma razón (al menos en teoría) menos propenso a inducir tolerancia y adicción. Esta sustancia también se utiliza en la medicina tradicional de los nativos del Amazonas por sus propiedades analgésicas. El moco de rana se toma, se seca y se administra aplicándolo sobre quemaduras frescas en la carne de una persona. Todo el proceso no parece muy agradable y las reacciones, aparte del efecto analgésico que quita el dolor, pueden ser vómitos, diarrea, daños en el hígado, dolor de estómago y más. Por no hablar de que el modo de administración expone al riesgo de infección. También puede ser letal: aunque en raras ocasiones, se han registrado muertes en todo el mundo durante ceremonias en las que se utiliza el kambo. Los partidarios de sus propiedades, sin embargo, lo señalan como una especie de panacea para todos los males, desde el tratamiento de los estados depresivos al de los trastornos eréctiles, e incluso lo consideran una vacuna.

No lamas sapos

5-metoxi-N, N-dimetiltriptamina (5-MeO-DMT) y 5-hidroxi-N,N-dimetiltriptamina (5-HO-DMT). ¿Difícil? Entonces llamémoslas “bufo”: toxinas psicodélicas, varias veces más potentes que el más conocido dimetiltriptófano (DMT). Y sí, también (pero no solamente) son producidas por sapos (no ranas) del género Bufo. Estos animales, nativos del desierto de Sonora, entre México y Estados Unidos, son capaces de segregar estas sustancias cuando se sienten amenazados. De ahí el bulo de que basta con atraparlos y lamerles el lomo para que pierdan la cabeza. En realidad, no es tan fácil obtener bufo de origen animal: el proceso de extracción puede ser complejo y los sapos suelen perder la vida. Sin olvidar que estas sustancias son ilegales en muchos países, exprimir sapos no solamente es cruel, también es ineficaz y peligroso, porque en su forma natural también puede contener otras sustancias, similares a la digoxina, que tienen efectos sobre la contracción cardíaca. Existen versiones sintéticas del bufo que son más fáciles de obtener y pueden quemarse e inhalarse para obtener una experiencia muy intensa que puede durar hasta una hora. Quienes han probado el veneno de sapo describen la experiencia como un renacimiento, un viaje espiritual que hace que uno se sienta uno con lo divino, hasta el punto de que estas sustancias se utilizan a menudo en rituales chamánicos. Las alucinaciones lo consumen todo y a menudo dejan a las personas inmóviles e insensibles hasta que se pasa el efecto, pero también pueden producirse reacciones emocionales violentas (como euforia o pánico), convulsiones y vómitos. Las dosis demasiado altas pueden provocar una disociación muy peligrosa entre la mente y el cuerpo con consecuencias fatales. Esta es también la razón por la que los rituales son dirigidos por personas experimentadas que permanecen lúcidas para manejar y controlar a los participantes. En los países donde la práctica está permitida, a veces también están presentes paramédicos. Algunas personas experimentan confusión y fuertes náuseas incluso en los días posteriores a la ingesta.

Como ocurre con muchas otras sustancias psicoactivas, el veneno de sapo, en particular la 5-MeO-DMT, también puede tener aplicaciones clínicas. Estudios preliminares han demostrado que, en un entorno médico bien controlado, su administración puede tener efectos positivos en trastornos como la ansiedad y la depresión.

Artículo publicado originalmente en WIRED Italia. Adaptado por Mauricio Serfatty Godoy.

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