La última población de mamuts lanudos quedó atrapada por circunstancias naturales en una isla de Siberia. Durante seis mil años prosperó de manera independiente y luego desapareció, al igual que el resto de su especie. Los científicos inicialmente creían que la extinción de esta población particular de mamuts se debió a la falta de diversidad genética: todos ellos descendieron de una madre, por lo que en algún momento desarrollaron enfermedades mortales. Sin embargo, un reciente estudio publicado en la revista Cell ha dado un giro inesperado a esta teoría. No fue la endogamia lo que acabó con los últimos mamuts conocidos, sino otro enigmático evento. Si no hubieran tenido “mala suerte”, es posible que la especie hubiera sobrevivido hasta nuestros días.
El mamut lanudo fue uno de los animales herbívoros más extendidos durante la última Edad de Hielo. Se han encontrado restos de él en Siberia, Alaska, el Ártico e incluso en Norteamérica. En 1977, se identificaron huesos de este mamífero en la isla de Wrangel, al norte de Rusia. Hoy en día, el territorio está separado por 140 kilómetros de la costa más cercana. Los mamuts no nadaron hasta Wrangel. En algún punto de la historia, un estrecho se cubrió de mar y encapsuló a los animales en un nuevo territorio exclusivo para ellos.
Mientras en el resto del mundo los mamuts lanudos desaparecían, presumiblemente debido al cambio climático y la caza desproporcionada, en la isla de Wrangel la población de mamíferos resurgió. Según estimaciones genéticas, una manada de 10 ejemplares de mamuts logró construir una población estable de entre 200 y 300 animales a lo largo de 200 generaciones y seis milenios. El registro más reciente de esta población data del año 1700 a. C. Para ponerlo en perspectiva, en ese periodo las civilizaciones en Babilonia, Egipto y China estaban en su apogeo.
¿Había muy pocos mamuts?
Los mamuts de la isla de Wrangel se enfrentaron a un cuello de botella poblacional. En biología, el término se refiere a un evento en el que una especie experimenta un descenso drástico en su número de individuos. Son situaciones críticas que ponen en riesgo el futuro de los seres vivos. Aunque un pequeño grupo de individuos puede tener descendencia y sobrevivir durante algunas generaciones más, su preservación a largo plazo no está asegurada. Debido a que comparten los mismos progenitores, su variabilidad genética es baja, lo que los hace más susceptibles a enfermedades y menos capaces de adaptarse a cambios en su entorno.
Comprender los cuellos de botella a nivel genético es fundamental para evaluar el rescate de poblaciones en peligro de extinción. Los mamuts de la isla de Wrangel representan una de las mejores oportunidades para medir el impacto genético de una reducción poblacional y sus consecuencias a largo plazo. Eso es precisamente lo que hicieron los científicos en el último estudio publicado en Cell.
El equipo examinó los cambios genómicos a largo plazo del mamut lanudo de Wrangel utilizando 21 genomas de alta cobertura. Estos pertenecían a 14 mamuts que habitaron la isla. Descubrieron mutaciones levemente nocivas que se acumularon gradualmente, pero las realmente peligrosas se suprimieron. Los resultados indican que los mamuts lanudos superaron la enorme prueba del cuello de botella. Las teorías sobre su extinción estaban en un error. Las enfermedades genéticas no tuvieron nada que ver en su desaparición.
El evento que detonó la extinción tuvo que ser sorpresivo y grave. Milenios de estabilidad de mamuts terminaron en solo 300 años. “Aquí es donde entramos en el ámbito de la especulación, pero, por ejemplo, un brote de enfermedad, un clima extremadamente malo que afectase a la disponibilidad de alimentos u otros eventos catastróficos podrían haber causado el colapso”, explicó David Díez del Molino, coautor del estudio.
Para los investigadores, esta clase de estudios debe considerarse en los esfuerzos por “revivir” especies extintas o rescatar poblaciones reducidas de animales en peligro de extinción. No basta con aumentar el número de individuos, el éxito de la especie radica en su variabilidad genética.