En 2010, tres meses antes de cumplir siete años, Ella Roberta contrajo de repente una infección en el pecho y una tos muy fuerte. Su madre, Rosamund Adoo-Kissi-Debrah, la llevó al hospital de Lewisham, en el sureste de Londres, donde le diagnosticaron asma.
Desmayarse por la tos
En los meses siguientes empeoró y empezó a sufrir síncopes de tos, episodios tan violentos que la hacían perder el conocimiento por falta de riego sanguíneo en el cerebro. “Tenía uno de los peores casos de asma jamás registrados”, recuerda Kissi-Debrah, “no sabían muy bien qué le pasaba, porque no se presentaba como una asmática normal. Le hicieron pruebas de todo, desde epilepsia hasta fibrosis quística. Su enfermedad era extremadamente rara”. Tan rara, de hecho, que Kissi-Debrah no pudo encontrar ni un solo caso de un niño que sufriera un síncope por tos en la literatura científica. “Sólo era común en camioneros de larga distancia”, recuerda.
En los tres años siguientes, Ella ingresó en el hospital unas 30 veces. El 15 de febrero de 2013, poco después de cumplir nueve años, sufrió un ataque de asma mortal.
Su certificado de defunción original decía que había muerto de insuficiencia respiratoria aguda: “En la investigación, se estableció que parte de ella podría deberse a ‘algo en el aire'”, comenta Kissi-Debrah. Ninguno de los expertos médicos consultados había mencionado la posibilidad de que la contaminación atmosférica pudiera haber desencadenado el síncope de Ella. Esa posibilidad salió a la luz solamente después de que Kissi-Debrah fuera contactada por un lector del periódico local que había leído su historia y le sugirió que comprobara los niveles de contaminación atmosférica el día en que Ella murió. Efectivamente, ese día los niveles de dióxido de nitrógeno provocados por el tráfico en la congestionada South Circular Road, cerca de donde vivían, habían superado con creces los límites establecidos.
¿Muerte por contaminación?
Con la ayuda de su abogado, Kissi-Debrah solicitó al Tribunal Superior que anulara el veredicto de la primera investigación y pidiera una segunda, que le fue concedida: “Mi abogada, Jocelyn, resumió en un gráfico todas las veces que Ella había ingresado en el hospital, y luego obtuvo los datos de los monitores cercanos a la casa”, recuerda Kissi-Debrah. El patrón estaba claro: había un pico de contaminación atmosférica antes de que Ella sufriera un síncope por tos. “27 de 28. En lo que a mí respecta, eso es científicamente significativo”. Además, demostraron que, de media, las emisiones de dióxido y los niveles de partículas en Lewisham superaban con creces las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Tras nueve días de deliberaciones, la investigación concluyó que “Ella murió de asma provocada por la exposición a una contaminación atmosférica excesiva” y añadió: “La madre de Ella no recibió información sobre los riesgos para la salud de la contaminación atmosférica y su potencial para exacerbar el asma. Si se le hubiera dado esta información, habría tomado medidas que podrían haber evitado la muerte de Ella” La causa de la muerte en el certificado de defunción de Ella fue modificada. A día de hoy, Ella sigue siendo la única persona del mundo cuyo certificado de defunción incluye la contaminación atmosférica.
A la vista de las pruebas aportadas en la investigación, el forense emitió también un Informe de Prevención de Muertes Futuras, que contenía una serie de recomendaciones, como que los niveles nacionales de contaminación atmosférica se ajustaran a las directrices de la OMS, que se concientizara a la población de Inglaterra y Gales de los riesgos de la contaminación atmosférica y que se educara a los profesionales sanitarios sobre las repercusiones de la contaminación atmosférica en la salud y se informara a los pacientes en consecuencia.