Compartimos nuestra vida con ellos, y su salud no puede dejar de estar cerca de nuestros corazones. Por eso, entre otras cosas, han surgido proyectos que intentan, por ejemplo, alargar la vida de nuestros perros, sobre todo de los grandes, que tienen generalmente una esperanza de vida reducida. Por la misma razón, los científicos intentan averiguar si algunas dietas son mejores que otras, de un modo no muy diferente a lo que se ha hecho con nuestra propia especie. Al fin y al cabo, las similitudes entre nosotros y ellos son muchas. Tantas, que estudiar su salud podría ser una forma de obtener información sobre la nuestra. Una idea no tan descabellada, y relanzada con fuerza estos días en las páginas de Science.
Perros y humanos compartimos los mismos espacios
Los puntos centrales de las reflexiones de Courtney Sexton y Audrey Ruple, del Virginia-Maryland College of Veterinary Medicine, son dos: por un lado, la similitud entre los perros y sus dueños desde un punto de vista biológico, y por otro, el hecho de compartir los entornos que frecuentan. Es decir: perros y humanos frecuentan casi los mismos espacios, tienen hábitos similares, hasta tal punto que puede considerarse razonablemente que ambos están expuestos, si no a los mismos, al menos a factores ambientales muy parecidos.
Los factores ambientales también incluyen factores de riesgo o protectores para la salud: ya sean toxinas, contaminantes, infecciones o, por otro lado, la compañía, tanto humana como animal. Perros y humanos compartimos tanto que consideramos a Fido no solamente un aliado para nuestra salud, sino también un “centinela ideal”, escriben Sexton y Ruple, para entender un poco cómo somos también nosotros; entre otras cosas porque su esperanza de vida es menor que la nuestra. Y esto sugeriría, por tanto, que cualquier efecto relacionado tanto con factores ambientales como sociales se produce en un estrecho margen de tiempo y es más fácil de observar desde nuestra perspectiva, prosiguen los expertos.
Comprender los efectos del medio ambiente sobre la salud
Para referirse a todos los factores ambientales (es decir, todos aquellos distintos de la genética, incluyendo por tanto el comportamiento social) que pueden influir en la salud de perros y humanos, los dos investigadores utilizan la palabra “exposoma” , un término empleado para referirse a todo aquello a lo que estamos expuestos, ya sean sustancias químicas o interacciones sociales. Según Sexton y Ruple, aunque con algunas limitaciones debidas a los diferentes estilos de vida (por decir algo, no vamos por ahí revolcándonos por los prados u olisqueando lo que sea) los perros podrían utilizarse, por ejemplo, para obtener información sobre la dinámica de las infecciones transmitidas por portadores o el efecto de ciertas toxinas y contaminantes en los tejidos reproductivos o en los cachorros. En este sentido, señalan los autores, el estudio de los perros debe verse como una forma de entender cómo afecta el medio ambiente a nuestra salud. Con la debida ponderación, los perros podrían convertirse en modelos para estudios científicos, sin necesidad de convertirlos en cobayas. Al contrario, los conocimientos obtenidos de la observación de su comportamiento, de los efectos del exposoma sobre su salud, podrían beneficiar en primer lugar a Fido.
Un nuevo modelo de investigación
El verdadero problema no es tanto sopesar las diferencias entre humanos y perros, o considerar cuándo se altera la vida de los perros en compañía de nuestra especie para extraer datos significativos, sino disponer de los datos para discutir todo esto. La recopilación de información es, por tanto, el verdadero problema, escriben los investigadores, al tiempo que proponen una posible solución: la solución es la recopilación de datos “demográficos multiespecie”.
No se trata de pescar quién sabe qué información, sino de adoptar un enfoque diferente de la investigación. Ya hoy, los veterinarios recogen información sobre la raza, la historia personal del perro, su salud y su vida social, los ambientes que frecuenta y cualquier tipo de adiestramiento. Pero además de éstos, concluyen Sexton y Ruple, habría que imaginar la recogida de los datos gemelos de sus dueños: edad, nivel de educación, ambientes frecuentados, pero también ingresos (porque sí, también hay una conexión entre estos factores y la salud de los perros). La tecnología también podría ayudar, por ejemplo con el uso de dispositivos wearables que permitan recoger toda la información posible sobre el exposoma. E incluso cuando se trata de perros (y gatos), no hay escasez de tecnología en este campo. La última versión del CES Pet nos lo recordó, con la presentación, por ejemplo, de collares de alta tecnología para monitorear a distancia los latidos del corazón de Fido, capaces de alertar a los dueños si algo va mal.
Artículo publicado originalmente en WIRED Italia. Adaptado por Mauricio Serfatty Godoy.