La imagen de alumnos soportando el frío en una clase impartida bajo un árbol en Nueva Asunción, a pocos kilómetros de nuestra capital, frente a una pizarra apoyada en el piso y compartida con los de otros grados, refleja bien el desastre del sistema educativo, ante la indiferencia del ministerio respectivo y de los legisladores que no pierden ocasión para proclamar su condición de “representantes del pueblo”. En efecto, el citado municipio se halla en el departamento de Presidente Hayes, que en 2023 eligió a los diputados Rubén Roussillón y María Ida Cattebeke de Ortiz, ambos colorados cartistas, a los que se suma el influyente senador Basilio Núñez (ANR, cartista), exdiputado por el mismo departamento y “cuñado” de la maquilladora Angélica Mareco, flamante consulesa en la vecina Clorinda, con un sueldo mensual de unos 56 millones de guaraníes. Es decir, muchos en la zona están muy bien, “mucho mejor”, que tal vez no tengan tiempo de ver a su paso la pobrísima institución escolar.
En vista de frecuentes denuncias, puede pensarse que, al igual que a la generalidad de sus colegas, como los del Alto Paraguay, a dichos legisladores no les importan en qué condiciones son educados sus pequeños “compueblanos” ni las tremendas carencias de los centros de salud y de los hospitales regionales, entre otras calamidades nacionales. En especial, es de señalar el desinterés de quienes integran la Cámara Baja, pues representan a un departamento. También Asunción, que constituye un colegio electoral, cuenta con una representación propia. Siendo así, los diputados deberían prestar particular atención a que los servicios públicos funcionen como corresponde en sus respectivas circunscripciones, pero, como está visto, tienen otras prioridades, como la de instalar en el Presupuesto a sus parientes políticos o consanguíneos cercanos, como los ya famosos “nepobabies”, con cuyos salarios de rápido crecimiento bien pueden comprarse muchos pizarrones e incluso construir o arreglar aulas.
En ese sentido vale la pena recordar también a José Domingo Adorno (ANR, cartista), el denunciado exgobernador del Alto Paraguay que hoy vuelve a fungir de diputado, tras haberlo sido entre 2013 y 2018: ubicó a su hermano Estanislao Adorno como funcionario consular en el cercano Porto Murtinho (Brasil), con un sueldo de unos 27 millones de guaraníes mensuales. Ahí está también otra denunciada, Marlene Ocampo, primero gobernadora y luego diputada, y hoy presidenta del Indi, quien al parecer no ha hecho un ápice en favor de los indígenas que acampan en pleno frío sobre la avenida Artigas, sufriendo las inclemencias de las bajas temperaturas, con sus niños y ancianos durmiendo en la calle.
En este contexto, Santiago Peña, el presidente formal de la República, dijo en un reciente discurso que “las elecciones se ganan respondiéndole a la gente a las dos o tres de la mañana, cuando vienen a golpear (sic) al intendente, al presidente de seccional, siendo el paño de lágrimas de las necesidades de la gente”. Pues bien, quienes no querrían sufrir la indignidad de ir a golpear las puertas de un presidente de seccional, están sufriendo a las dos o tres de la mañana las inclemencias del tiempo, por ejemplo, en el Instituto de Previsión Social (IPS) para conseguir un turno –a veces a largo plazo– o para reclamar medicamentos que se les niegan. Es decir, hay miles y miles de compatriotas que “no están mejor”, pese a la frecuente proclama presidencial.
Cabe aquí recordar, una vez más, la descarada exhortación que Horacio Cartes, el líder de Santiago Peña, lanzó hace tres años en San Juan Bautista (Misiones): instó a los dirigentes colorados a que “sigan haciendo tráfico de influencias” para que los correligionarios logren una cama en los hospitales públicos, aparte de apuntar que afiliarse a la ANR permite poder estudiar y obtener un empleo, obviamente en el aparato estatal.
Desde luego, si la sanidad estuviera en buen estado, el “tráfico de influencias” sería superfluo, y se podría conseguir medicamentos en cualquier lugar y horario. Paradójicamente, el descalabro de la salud pública serviría para que el partido oficialista triunfe en los comicios, aunque cueste creerlo. En efecto, a los que mandan les favorecen la ignorancia y las enfermedades, tal como implícitamente lo admitieron Horacio Cartes y su fiel discípulo.
Algo está muy mal en un país donde lo que es un derecho se convierte en un favor concedido por los de arriba, que siempre están “mejor” tras unas elecciones ganadas repartiendo limosnas. Las necesidades de la gente les vienen de perillas.
El presidente Santiago Peña ya expresó en más de una ocasión su sorpresa al enterarse de las carencias de los servicios públicos. Pues bien, le convendría ir a formar fila a la madrugada en el IPS, bajo el intenso frío, o enviar a sus familiares a la escuelita de Nueva Asunción –aquí cerca, no de la localidad de la lejana frontera chaqueña–, en vez de enviarlos a un colegio “top”, como le gusta decir al senador “Trato apu’a” Silvio Ovelar, antes de seguir pregonando que estamos viviendo poco menos que en un paraíso. En efecto, hay un Paraguay sufriente y otro de los que mandan y “están mejor”.