Desde un punto de vista médico, la pedofilia es la excitación o el placer sexual que se obtienen, principalmente, a través de actividades o fantasías sexuales con niños de, generalmente, entre 8 y 12 años. Esto denota a leguas [que son total y completamente trastornados los protagonistas de la conducta. El nuevo caso dado a conocer a la opinión pública en el Hospital Distrital de Minga Guazú, donde una niña de 13 años fue madre, fruto de una supuesta relación “consentida” con un adulto, trae una vez más a la luz, la existencia de una cultura nefasta que naturaliza el abuso sexual en niñas.
La degeneración en especímenes como el pedófilo que embarazó a esa niña, merece ser sanción penal severa, así como aquellos padres que consintieron el abuso. Este tipo de escorias, que fingen normalidad y se autodeterminan dentro de los más inmundo imaginable, no pueden resultar impunes, siendo necesario un enfático castigo. Algunos científicos, estudiosos de mentes criminales, sostienen que patologías como la esquizofrenia, así también sicópatas y pedófilos, no tienen cura, por lo que la solución es eliminarlos.
Quizás suene fuerte, inhumano y hasta irracional, pero comparando las realidades y perspectivas, no habría otra salida. Existen tantas conductas desviadas, que el mismo sistema penal debería evaluar maneras de encarar esta realidad que se muestra con mayor intensidad, quizás por la misma carencia de seriedad en su tratamiento. El que somete sexualmente a una niña o niño, no es un delincuente común comparable con alguien que roba un vehículo, sino un espectro que debe irremediablemente ser sacado de circulación de por vida.
El daño causado con el actuar de un degenerado es irreparable, vulnerando la esencia de un bien jurídico altamente protegido. Las sanciones no se adecuan al daño que causan estos personajes nefastos, y los mismos profesionales de la salud, y estudiosos jurídicos deberían impulsar maneras diferentes de combatir estas plagas de las sociedades. No es un mal ordinario el actuar de pederastas, y en ciertas naciones hasta turismo de prostitución infantil son fomentados, debido a la impunidad y falta de interés hacia este flagelo.
Detrás de un pedófilo se encuentran redes internacionales que lucran con esta demencia, utilizando a criaturas para saciar bajos instintos. Si no se combate en forma este tipo de crímenes de lesa humanidad, apuntamos a multiplicar conductas desviadas y hasta aceptarlas como normales. El Ministerio Público, conjuntamente con la policía, deberá redoblar esfuerzos por cortar de raíz el deleznable comportamiento de muchos ciudadanos que fungen tener alta moral, ser grandes señores de la sociedad, y más bien son monstruos que conviven como seres humanos normales.
Del mismo modo, padres de familia deberán prever lo impredecible para tratar de no facilitar el actuar de estos enfermos que mutilan dignidades. Consentir relaciones con mayores de edad, representa igualmente un desequilibrio merecedor de castigos severos. El castigo ejemplar es una manera de disuadir a quienes toman todo lo derivado de un abuso sexual como mínimo. Así se fortalece hasta el gran negocio de la prostitución infantil.
Rufianes deben sufrir las consecuencias de su conducta que permiten barbaries como la explotación de menores. El abuso infantil sigue siendo un ultraje, que debe ser detestado por toda la sociedad. Lo animalesco no prospera en un Estado donde la ley se impone. Degenerados deben ser apartados del mundo, y sus cómplices “proveedores” y partidarios flagelados públicamente.