Durante una visita reciente a Giant Eagle, el supermercado local de Pittsburgh (EE UU), me fijé en algo nuevo en la sección de frutas: una piña empaquetada en una caja color rosa y verde bosque. Una fotografía en la parte delantera mostraba la piña abierta, revelando una pulpa de color rosa. Promocionada como “la joya de la selva”, era la piña Pinkglow, una creación de la gigante estadounidense de la alimentación Fresh Del Monte. Costaba 9.99 dólares, algo más del doble que una piña amarilla normal.
Puse la caja en el carrito de compras, tomé una foto con el teléfono y compartí el hallazgo con mis amigos foodies. Mencioné que su color era el resultado de una modificación genética, pues en la caja había una etiqueta que indicaba “posible gracias a la bioingeniería”, pero eso no pareció importarle a nadie. Cuando llevé mi Pinkglow a una fiesta del Super Bowl, la gente alucinó con el color y después se la comió. Era más jugosa y menos ácida que una piña normal, y había otra diferencia: venía con la característica corona cortada. Muy pronto, mis amigos también compraron piñas rosas. Uno de ellos usó la Pinkglow para preparar tepache casero, una bebida fermentada hecha con cáscaras de piña que se inventó en el México prehispánico.
En una época en que la coliflor naranja y las fresas blancas son habituales en los supermercados de Estados Unidos, una piña que no sea amarilla no parece tan fuera de lugar. Aun así, me pregunté: ¿Por qué ahora con esa presentación tan llamativa? ¿Y por qué rosa? ¿Y por qué mis amigos y yo la compramos enseguida?
El atractivo social de las frutas modificadas genéticamente
Cuando le planteé mis preguntas a Hans Sauter, director de sostenibilidad y vicepresidente senior de Investigación y Desarrollo y servicios agrícolas de Fresh Del Monte, empezó ofreciéndome una breve historia de la fruta. Quizá asumas, como hice yo, que las piñas siempre han sido dulces y del color del sol, pero no era así antes de los noventa. Las piñas que se vendían antes tenían la cáscara verde y la pulpa amarillo claro, a menudo sabía más ácida que dulce. Comprar una piña fresca era un poco arriesgado. “Nadie sabía, en realidad, si la fruta estaba madura o no, y el consumo de piñas se hacía sobre todo de productos enlatados, porque la gente confiaba en lo que comía de allí”, comenta Sauter. El azúcar añadido en algunas piñas enlatadas las convertía en un producto más dulce y consistente.
En 1996, la empresa introdujo la Del Monte Gold Extra Sweet, más amarillenta y menos ácida que cualquier otra del mercado en aquel momento. Las ventas de piña se dispararon y las expectativas de los consumidores respecto a la fruta cambiaron para siempre. La popularidad de la Gold provocó una disputa internacional por la piña cuando Dole, su rival en la industria frutícola, presentó su propia variedad. Del Monte interpuso una demanda, alegando que Dole le había robado la fórmula de su Gold. Las dos compañías llegaron a un acuerdo extrajudicial.
Con el éxito de su piña Gold, Del Monte buscaba nuevos atributos que la hicieran aún más atractiva para los consumidores, cuenta Sauter. Pero cultivar piñas es un proceso lento; una sola planta llega a producir fruta madura en dos años o más. Del Monte había pasado 30 años realizando cruces de piñas con determinadas características deseadas antes de que estuviera preparada para lanzar la Gold. Sauter señala que la posibilidad de esperar 30 años más por una nueva variedad estaba “fuera de discusión”. Así que en 2005 la compañía recurrió a la ingeniería genética.