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Orwell toma café en Huesca

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«Si alguna vez regreso a España –escribió el novelista británico George Orwell (Eric Blair, 1903-1950)–, no dejaré de tomarme un café en Huesca».

El domingo pasado fue inaugurada en el céntrico parque Miguel Servet de la ciudad de Huesca, España, la escultura «Orwell toma café en Huesca», obra del artista altoaragonés Javier Sauras que rinde tributo al autor de 1984, George Orwell (Eric Blair, 1903-1950). En la inauguración estuvieron presentes Richard Blair, hijo del escritor británico, y Quentin Kopp, presidente de The Orwell Society e hijo de George Kopp, comandante del POUM en la 29 División «Lenin», en la que se enroló el novelista.

El proyecto fue promovido por el Colectivo Ciudadano oscense y la Orwell Society y financiado por suscripción popular a través de la venta de bonos de ayuda, micromecenazgo e ingresos en cuenta, además del apoyo del Eton College y de Richard Blair.

George Orwell llegó a España como periodista en diciembre de 1936, dejó la pluma por el fusil y se alistó como miliciano para defender la República. En el asedio de Huesca, una bala le atravesó el cuello y por milímetros no le causó una muerte fulminante.

En Barcelona, Orwell se vio envuelto en «los hechos de mayo», cinco días de luchas callejeras entre fuerzas del gobierno republicano y quienes se oponían a dar marcha atrás en la revolución anticapitalista de Cataluña, confrontación tan violenta como históricamente compleja: en nombre del esfuerzo bélico, el gobierno republicano quería controlar la industria catalana y la agricultura de Aragón y estaba dispuesto a destruir lo que quedaba de la revolución colectivista. Orwell sabía lo que estaba en juego allí cuando escribió su Homenaje a Cataluña y su ensayo de 1943 Looking back on the Spanish War, elegías a una revolución perdida.

Orwell, como es sabido, murió pronto, en 1950, cuando apenas comenzaba a calentarse la Guerra Fría. Pero en el cuarto capítulo de Homenaje a Cataluña prometió tomarse un café en Huesca si alguna vez volvía a España:

«A cuatro kilómetros de nuestras trincheras, Huesca brillaba, pequeña y clara como un montón de casas de muñecas. Meses antes, cuando cayó Siétamo, el comandante general de las tropas gubernamentales había dicho alegremente: Mañana tomaremos café en Huesca. Se equivocó. Hubo sangrientos ataques, pero la ciudad no cayó, y Mañana tomaremos café en Huesca se convirtió en una broma en todo el ejército. Si alguna vez regreso a España, no dejaré de tomar un café en Huesca».

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