El ser humano, en función de poder, ha manifestado casi siempre en su actuar conductas que en muchas ocasiones no condecía con el beneficio general, degenerando el principio de servicio en pos del pueblo. Sin embargo, no solo una arista presenta la degeneración del servicio público denominado corrupción, pues existe absoluta relación inseparable entre los corruptos y corruptores. Solo considerar como indeseables a quienes viven de la coima, de la ilegalidad, y eximir de culpa a quienes se adecuan a ese sistema, es no mensurar reales responsabilidades.
Como “siameses” unidos por órganos vitales, no es probable la existencia de corrupción sin corruptor. La plena vigencia de esta degeneración cancerígena, resta posibilidades de avanzar a nuevos tiempos. El funcionario público que “no ve” por unos guaraníes para dejar pasar mercaderías de contrabando, el policía que recibe salario de delincuentes, el agente de tránsito que cobra por dejar pasar una infracción más costosa, son exponentes que encabezan la delincuencia en la sociedad y dan plena vida a la corrupción.
Pero no solo comparten ese estatus en forma solitaria o por merecimientos propios, pues el que da el dinero para esas coimas, el ciudadano que prefiere pagar 100 mil guaraníes en vez de comprarse un casco para circular de manera segura en biciclos, el que da un par de reales para hacer pasar productos no autorizados de comercios brasileños y argentinos, el que hace marcar su tarjeta de control por un regalo, son tan o más corruptos a quienes luego incluso critican.
Pese a percepciones anestésicas de comportamientos, y que la buena visión solo funciona para comportamientos ajenos, es necesario asumir propias responsabilidades ante este drama. Dar coima, es como dar oxígeno, alimentar y fortalecer a la corrupción. El querer burlar normas por dinero, o creer que con dinero toda impunidad es válidamente blanqueada, se convierte en promotores de la ilegalidad, y sostenedores del crimen.
Al estilo de un delincuente, los que se “felicitan” por haber burlado un control mediante unos billetes, luego critican el “alto costo” de la coima. La hipocresía de vidas de muchos lleva a ser férreos detractores de lo antijurídico, pero al momento de tomar el protagonismo y hacer lo correcto, son los primeros en proponer “trato apuá”. Una persona correcta, un ciudadano consiente, se maneja dentro del marco legal, y no se somete a ninguna forma ajena a lo ético, y moral.
Mientras no se modifique la forma de encarar las realidades diarias, y no se tenga el coraje necesario para exigir que se cumplan las leyes, incluso cuando afecten, la corrupción seguirá siendo constante. Lamentablemente cuando una persona quiere y se somete a las normas, todo es más complicado, pues el sistema inmundo trata de intimidar a quienes hacen en forma las cosas. La impunidad es la vitamina de estas conductas desviadas, y cuantas menos denuncias existan, cuanto más corruptores activen, la ciudadanía padecerá.