Los acontecimientos protagonizados por agentes del Ministerio Público cuestionados por ineptitud y sometimiento a intereses fuera de funciones, y primordialmente por el Fiscal General del Estado, dejan nada más expuestas al sol lo que todos saben, viven o practican. Estos hechos confirman que al igual que el resto de los estamentos, la fiscalía cuenta con exponentes enfermos, transgresores de las propias normas que, en teoría, deberían de defender y sometidos a organizaciones mafiosas.
En la misma Región II del Ministerio Público, se está acostumbrado tener a fiscales salpicados por hechos de corrupción y complicidades en delitos y crímenes. No se puede obviar que conductas hipócritas reinan en el mismo ámbito, pero al menos con disimulo para evitar el rubor. No son novedades actos indecorosos de los “señores y señoras” de la institución. Se está bastante lejos de un Ministerio Público como corresponde, y es difícil pedir cordura apropiada, si desde la cabeza de la institución se adolece.
La pérdida de vergüenza, es el último paso del ser humano para la degradación total, por lo que insistir en mejorar por lo menos conductas será un acierto para levantar la alicaída imagen del órgano, y constantemente golpeada por el dinero sucio. Ahora bien, todo lo pintado más arriba no son hechos nada más parecidos en este tiempo, o denunciados por alguien que se vio afectado por primera vez. El sistema funciona desde siempre, y no se debe perder de vista que si hay corrupción, es porque también existe un corruptor.
La designación de agentes fiscales debe ser reevaluada en forma urgente. Las improvisaciones o padrinazgos generan el terrible mal de nombramientos de ineptos y poco preparados fiscales que en la práctica es más una carga para el Estado y para la ciudadanía. Encarar estas realidades bochornosas no solo debe servir para un escarmiento público, sino para reencausar realidades, y buscar hacer de la función pública realmente representante de la sociedad.
Que un componente del Ministerio Público cuente realidades miserables en materia organizativa y estructural no puede ser motivo de comunicados desatinados de superiores, sino de acción que dé solución a la carencia. Es indudable que la fiscalía posee buenos honestos, y coherentes agentes, pero lastimosamente resaltan irregularidades sostenidas por el resto. No se debe perder de vista que si la corrupción impera en todos los estamentos, es porque la sociedad se rige por ese nefasto principio de que todo tiene su precio.
La impunidad solo es generadora de vicios que tienen recorrido en círculos, por lo que sin lugar a dudas alguna vez sus efectos nos alcanzarán a todos. La responsabilidad por mejorar convoca a todos, pero principalmente a referentes. Si el propio Fiscal General prefiere vivir en la misma mediocridad y no actuar en contra de manzanas podridas no será posible mejorar representaciones ante órganos jurisdiccionales, aumentando la desprotección ciudadana. Hay demasiados pecados vivenciados sin sanciones, por lo que no se puede pretender cambios positivos si todo sigue igual.