A veces solamente basta un poco de autosugestión para sentirse mejor. Es el efecto placebo, el misterioso alivio de síntomas y molestias que se experimenta al tomar sustancias farmacológicamente inertes, cuando se nos hacen pasar por medicamentos. Un fenómeno tan real que se ha convertido en una de las piedras angulares de los ensayos clínicos modernos, en los que los nuevos fármacos y terapias se comparan siempre con un grupo de control, para garantizar que cualquier beneficio que se desprenda del estudio no sea mero resultado del efecto placebo. Para que funcione, por supuesto, el paciente debe ignorar que está tomando una terapia perfectamente inútil. Y en algunos casos, es más fácil decirlo que hacerlo.
Un corte sin operar
Por ejemplo, la cirugía: ¿cómo convencer a alguien de que se le ha operado sin que le hayan hecho un corte? De hecho, es imposible, o casi imposible, por lo que cuando los cirujanos quieren evaluar rigurosamente la eficacia de sus procedimientos recurren a lo que se conoce como cirugía placebo, es decir, una operación idéntica en todos los aspectos a la real, incluida la incisión, pero que termina cerrando el corte sin que se haya realizado ningún tratamiento. A pesar de las dificultades, tanto prácticas como éticas, que plantea una forma tan extrema de placebo, y de que no es obligatorio introducir nuevos procedimientos quirúrgicos, se ha utilizado muchas veces en las últimas décadas. Y lo interesante es que, al igual que los placebos más tradicionales, ha demostrado ser muy eficaz: según una de las mayores revisiones sistemáticas sobre el tema, más del 50% de los ensayos terminan con mejoras idénticas en los pacientes operados y en los sometidos a cirugía placebo. ¿Quieres algunos ejemplos?
Angina de pecho
La angina de pecho es una afección causada por la disminución del flujo sanguíneo al corazón, lo que reduce la oxigenación de los tejidos y provoca dolor en la zona torácica. En los años 50 se desarrolló en Italia una técnica denominada ligadura bilateral de la arteria mamaria interna (u operación de Fieschi), que consistía en ligar dos arterias, en la creencia de que eso ayudaría a revascularizar el tejido cardíaco. La técnica se extendió por todo el mundo, hasta que en 1959 y 1960 dos equipos de cirujanos estadounidenses decidieron probar el procedimiento comparándolo con una cirugía placebo. Los dos grupos reclutaron a sus pacientes, operaron a la mitad de ellos con la técnica de Fieschi, anestesiaron a la otra mitad y luego se limitaron a hacer una incisión en el tórax, sin tocar las arterias.
Los resultados demostraron que el procedimiento era totalmente inútil. O más bien, que sus efectos positivos eran totalmente explicables por el efecto placebo: los pacientes operados con ligadura bilateral de la arteria mamaria interna lograron efectivamente una mejora significativa de los síntomas (dolor) en el 67% de los casos, pero lo mismo ocurrió en el 87% de los pacientes que se sometieron a la operación simulada. La expectativa de éxito de la intervención y la relación creada con el cirujano son, en definitiva, capaces de empujar al paciente a mejorar por sí mismo, independientemente del procedimiento quirúrgico, con una eficacia que parece llegar al 35% de la respuesta obtenida con la cirugía. Esto es exactamente lo que ocurre con los placebos tradicionales.
Cirugía de la rodilla
La artrosis de rodilla es una inflamación crónica resultante de la degeneración del cartílago articular. Se ve favorecida por la edad, la genética, el exceso de peso, las lesiones de rodilla y las operaciones. Puede tratarse con fisioterapia o con cirugía: el procedimiento se denomina artroscopia y se realiza por vía endoscópica mediante sondas con fibra óptica que permiten al cirujano observar el interior de la articulación y eliminar selectivamente las partes desgastadas del cartílago. A simple vista debería funcionar: se eliminan los restos que causan dolor cuando movemos la rodilla, y las molestias mejoran o desaparecen. En cambio, la eficacia de la intervención apenas sale de manifiesto cuando se pone a prueba.
De hecho, un estudio de 2002 comparó la eliminación artroscópica de los restos intraarticulares con un simple lavado endoscópico de la articulación y con una cirugía placebo, en la que los médicos realizaban todas las operaciones necesarias para convencer al paciente de que había sido operado, incluida la simulación del paso de instrumentos quirúrgicos entre el equipo y los sonidos de la cirugía. Resultado: el porcentaje de pacientes que experimentaron una reducción significativa del dolor fue el mismo, independientemente de la técnica quirúrgica utilizada.
Inyección en la espalda
Las fracturas por compresión vertebral son lesiones bastante frecuentes. Pueden ser la desafortunada consecuencia de un accidente o (mucho más a menudo) producirse espontáneamente en casos de osteoporosis. Con frecuencia provocan fuertes dolores de espalda que tienden a no mejorar con el tiempo. Y para ello se realiza un procedimiento llamado vertebroplastia: se inyecta un cemento óseo en la vértebra fracturada, que en poco tiempo se solidifica, restablece la solidez y elimina el dolor. El procedimiento se lleva haciendo desde hace años. Pero en 2004, un radiólogo de la Clínica Mayo advirtió un problema. A lo largo de su carrera, el médico había realizado cientos de vertebroplastias, con excelentes resultados en cuanto a satisfacción de los pacientes. Lo extraño, sin embargo, era que incluso en las raras ocasiones en que la operación había fracasado, quizá porque el cemento se había inyectado en la vértebra equivocada, los pacientes habían referido invariablemente una reducción significativa del dolor.
Algo iba mal, así que el radiólogo decidió llevar a cabo un experimento. Reclutó a 131 pacientes con fracturas vertebrales osteoporóticas y trató a la mitad con vertebroplastia y a la otra mitad con un procedimiento simulado, en el que se anestesiaba a los pacientes e incluso se les mezclaba cemento para que pudieran oler el inconfundible aroma, pero luego, en lugar de inyectarles, simplemente se les presionaba la espalda con fuerza. Un mes después de la operación, los participantes volvieron para una visita de seguimiento y se evaluó en qué medida habían disminuido el dolor y la incapacidad. Resultado: los dos grupos de pacientes habían experimentado resultados comparables. El grupo tratado con vertebroplastia presentaba proporciones algo mayores de pacientes con un 30% o más de mejoría del dolor (67%), pero a los del grupo de control tampoco les fue nada mal (48%). Tanto es así que los autores concluyeron que la eficacia de los dos procedimientos era más o menos la misma.
El poder de la mente
Según algunas personas, la gran eficacia de la cirugía placebo demuestra que, en términos absolutos, podrían evitarse muchas intervenciones quirúrgicas. Y, evidentemente, es una posibilidad que no se puede descartar de plano; en comparación con hace un siglo, hoy en día la cirugía es cada vez menos un tratamiento de urgencia que salva vidas y cada vez más un procedimiento electivo, rápido, seguro e indoloro. Gracias a los avances tecnológicos de las últimas décadas, los cirujanos pueden tratar un gran número de síntomas y trastornos con técnicas mínimamente invasivas. Y es posible que la multiplicación de procedimientos haya propiciado la difusión de cirugías de eficacia limitada, en las que el principal efecto beneficioso es precisamente el placebo.
Sin embargo, cuando se trata de cirugía, hay muchos factores que influyen en los resultados. Entre ellos, la habilidad de la persona que opera. Y esto dificulta la evaluación de la eficacia en los ensayos clínicos controlados que se utilizan para los fármacos. Así que en lugar de centrarnos en la eficacia de las intervenciones, quizá deberíamos tener en cuenta cuál es el objetivo, que es ayudar al paciente a mejorar. Y en este sentido, que los efectos estén relacionados, en todo o en parte, con el efecto placebo, importa poco. Sin embargo, hay quien se pregunta si no deberíamos aprovechar más directamente el efecto placebo, al menos en aquellos casos en los que empieza a haber indicios concretos de que los procedimientos ficticios son comparables en eficacia a los reales. Es la opinión de Jeremy Howick, director del Centro Stoneygate para la Excelencia en Atención Sanitaria Empática de la Universidad de Leicester, que en un reciente artículo publicado en The Conversation propone ofrecer a los pacientes la opción de una intervención placebo en todos los casos en que se haya demostrado un beneficio.
En respuesta a las dudas éticas que podrían plantearse, su idea es ofrecer abiertamente la opción de las intervenciones placebo (como se hace con los llamados placebos de “etiqueta abierta”), explicando a los pacientes en qué consisten y rebautizándolas como”operaciones mínimamente invasivas”. Una elección justificada por el hecho de que los beneficios podrían no estar relacionados únicamente con la psique, sino también con los efectos físicos del propio acto quirúrgico, que al producir una herida incita al organismo a cicatrizar, desencadenando una serie de mecanismos moleculares potencialmente beneficiosos. ¿Se tomará en serio? El tiempo lo dirá.
Artículo publicado originalmente en WIRED Italia. Adaptado por Mauricio Serfatty Godoy.