Si hace unos meses un estudio genómico revelaba que la esperanza de vida del tiburón de Groenlandia se sitúa en torno a los 500 años, ahora otra investigación ha concluido que una especie de ballena puede vivir más de 200 años. Todo ello puede ofrecer pistas muy valiosas sobre los mecanismos de longevidad, también en humanos.
El estudio resalta la extraordinaria longevidad de algunas especies de belleza, pero también el enorme impacto de la actividad humana en su supervivencia. Los investigadores centraron su análisis en dos especies emblemáticas: la ballena franca austral (Eubalaena australis) y la ballena franca glacial o ballena de los vascos (Eubalaena glacialis), pero también recabaron datos de otras especies.
Utilizando bases de datos de captura y recaptura recopiladas durante más de 40 años, se observaron diferencias significativas en las esperanzas de vida de las diferentes especies de ballena y en los desafíos que afrontan a lo largo de su vida.
La investigación estima que la vida media de la ballena franca austral alcanza los 73,4 años, con un 10% de los individuos sobreviviendo más allá de los 131,8 años.
Por el contrario, la ballena franca glacial, catalogada ‘En peligro crítico de extinción’, presenta una esperanza de vida mucho menor, de apenas 22,3 años de media, con solo un 10% de los ejemplares viviendo más de 47,2 años. Este marcado contraste plantea interrogantes sobre el papel de los factores humanos en la reducción de la longevidad de estas especies.
Según los investigadores, la longevidad de la ballena franca glacial parece “acortada antropogénicamente”. Esto hace referencia a los efectos acumulativos de la caza comercial, la pérdida de hábitat y las interacciones con actividades humanas como el tráfico marítimo y la pesca, que han mermado significativamente sus poblaciones.
Riesgo crítico de extinción
El descubrimiento de artefactos antiguos en ballenas cazadas de manera tradicional ha proporcionado evidencia irrebatible de que algunas especies de cetáceos pueden vivir más de un siglo.
En 2007, por ejemplo, se halló una punta de arpón explosiva fabricada en 1885 incrustada en la grasa de una ballena de Groenlandia (Balaena mysticetus). Este hallazgo, junto con técnicas modernas como la racemización del ácido aspártico (AAR) en el cristalino del ojo, permitió estimar edades superiores a los 150 años en varios individuos.
De manera destacada, se calculó que un ejemplar sano de esa misma especie alcanzó los 211 años, superando ampliamente las edades registradas de otras especies de ballena, como las azules. El uso combinado de datos arqueológicos y técnicas de laboratorio ha sido crucial para validar estas estimaciones, que hace solo unos pocos años habrían sido consideradas improbables.
“La longevidad no reconocida ha sido enmascarada por las interrupciones demográficas de la caza industrial”, señalan los autores del estudio, que subrayan lo mucho que las actividades humanas han alterado la dinámica de vida natural de estas especies.
El potencial de longevidad extrema en las ballenas tiene implicaciones significativas tanto para su biología como para las estrategias de conservación.
Los investigadores señalan que todas las ballenas de la familia Balaenidae y quizás la mayoría de las grandes ballenas tienen “un potencial no reconocido para una gran longevidad“. Este hallazgo desafía las nociones previas sobre el ciclo de vida de los cetáceos y abre la puerta a una reevaluación de las medidas de protección.
En el caso de la ballena franca glacial, su longevidad reducida representa un obstáculo adicional para su recuperación poblacional. La disminución de individuos longevos no solo afecta su capacidad reproductiva, sino también su adaptación a cambios ambientales y nuevas amenazas.
“Este ciclo vicioso pone en peligro la supervivencia a largo plazo de la especie, que ya enfrenta un riesgo crítico de extinción“, alertan los investigadores.
Un ejemplo esperanzador
La historia de explotación de las ballenas, particularmente durante la era de la caza industrial, ha dejado cicatrices profundas en las poblaciones actuales. Si bien esfuerzos de conservación han permitido una recuperación notable de la ballena franca austral en el hemisferio sur, la situación de la que tiene su hábitat en el Atlántico norte sigue siendo alarmante.
Las interrupciones demográficas causadas por la caza, junto con factores actuales como el cambio climático, exacerban las dificultades para estas especies.
El estudio también destaca cómo las ballenas de Groenlandia y otras especies de grandes cetáceos podrían albergar secretos importantes sobre la resistencia biológica al paso del tiempo y los efectos de la intervención humana.
Estos conocimientos podrían guiar futuras iniciativas de conservación, dirigidas a proteger no solo a las ballenas como individuos, sino a los ecosistemas marinos en su conjunto.
“Proteger a estas especies no solo implica garantizar su supervivencia, sino también preservar su papel esencial en los ecosistemas marinos”, añaden, a la vez que exponen que solo el trabajo conjunto entre la comunidad científica y los dirigentes políticos permitiría aplicar medidas basadas en evidencia que respeten el potencial biológico de las ballenas y aseguren su sostenibilidad a largo plazo.
Mientras que la ballena franca austral ofrece un ejemplo esperanzador de recuperación gracias a los esfuerzos de conservación, la crítica situación de la ballena de los vascos es “un recordatorio urgente de las consecuencias de la inacción”, claman los expertos.
Informe de referencia: https://www.science.org/doi/10.1126/sciadv.adq3086
…………….
Contacto de la sección de Medio Ambiente: crisisclimatica@prensaiberica.es