Hugo González no puede dormir. Es de las cosas que más necesita. Estar descansado. Que no le roben horas de sueño a un físico imponente, pero que necesita reposo. La Villa Olímpica está a una hora de La Défense, donde los nadadores se juegan su presente, pero también su futuro en forma de metales. Y el nadador español, que quedó sexto en la final de los 100 espalda, el mismo puesto obtenido en los Juegos de Tokio, torció el gesto. «Ahora, hay que descansar. Son las diez de la noche y aún estamos aquí compitiendo». Necesita reposo para poder optar al sueño en el 200 espalda, la distancia que le permite su total desarrollo.
Pese a ser subcampeón del mundo de los 100 espalda, pese a ser un nadador impredecible y llegar en el momento de su vida, pese a quedarse a tres centésimas (52.73) de su mejor marca, no podía bastarle. Desde la calle ocho y pese a su notable salida, el viraje se le fue lo justo para perder sus escasas opciones en una prueba dominada por el plusmarquista mundial, el italiano Thomas Ceccon, que se llevó el oro con 52.00. El chino Jiayu Xu, plata, y el estadounidense Ryan Murphy, desconcertante pese a su bronce, completaron el podio.
A Hugo González, en cualquier caso, le cuesta mucho perder la calma. Es un chico tranquilo al que esto de la natación le encanta. Pero no de manera obsesiva. Cuando se canse, cuando no le apasione, cuando no le dejen hacer y deshacer, cuando no pueda o no le permitan ser feliz, lo dejará y se dedicará a otra cosa. A punto estuvo de hacerlo después de ser finalista, sí, en los 100 espalda en Tokio, la que fue la primera final olímpica de su vida. No lo mejoró en París. Pero la presión no va con él.
Antes de nadar en La Défense, le faltó llevarse las manos a los bolsillos del chándal. Salió calentándose las manos, aplaudiéndose. Para después sentarse en la silla, tan pancho, a esperar lo que venía.
Otra cosa es que pueda decir las cosas claras, algo que él nunca temió. Ya había protestado esta semana por la escasa profundidad de la piscina (2,15m), cuando la normativa de la Federación Internacional de Natación (FINA) cambió a primeros de julio para que los vasos fueran de 2,30m. Y, claro, esa mole arquitectónica rodeada de rascacielos de La Défense, donde Taylor Swift dio cuatro conciertos el pasado mes de mayo, ya tenía la pileta construida cuando cambiaron las reglas de juego. Hugo sigue sin sentirse cómodo, aunque él insista en que las condiciones son las mismas para todos.
Con menos profundidad, se quejan los nadadores, las turbulencias crecen y frenan el deslizamiento de los cuerpos. Hugo lo notó rápido, cuando comenzó a verse algo extraño en las series . Aunque él, siempre determinado, acabó haciendo su parte y se metió en la final con el octavo mejor tiempo.
Sean Kelly, el jefe de la natación española, comentaba a este diario que Hugo González es algo así como un «gladiador». Es lo que les pide el entrenador irlandés, que no se preocupen de nada de lo que les rodea, y que se centren en las cosas que dependen de ellos. Por largos que sean los trayectos en bus desde la Villa a la pileta. «Cuatro horas si se juntas las eliminatorias con la final», dice Kelly. Y aunque la comida no sea la más apropiada. Quejarse no debe entrar en los planes, siempre y cuando estén en las marcas.
Por ahora, España seguirá con las mismas ocho medallas olímpicas en natación donde se quedó detenida tras apagarse Mireia Belmonte. Aunque el jueves tendrá Hugo González la verdadera reválida, los 200 espalda, la prueba de la que salió como campeón del mundo en Doha, la distancia fetiche.
El agua La Défense fue la que golpeó, de alegría, el prodigio rumano David Popovici, que alcanzó su primer oro olímpico en los 200 libres (1.44:72) en una espectacular carrera en la que el el británico Matthew Richards (1:44.74), muy valiente hasta el final, y el estadounidense Luke Hobson (1:44.79) estuvieron en una uña. Popovici, un chico a veces indescifrable, nunca se cortó: «Mi objetivo es hacer cosas que nadie ha hecho».
También vivió su primer día de gloria la adolescente canadiense Summer McIntosh, que tras la plata en los 400 libres se exhibió esta vez en los 400 estilos (4:27.71), donde nadó sola desde el principio. Aunque los aficionados la apretaron hasta el final, no pudo batir su propia plusmarca mundial (4:24.38).
Aunque nada como los 200 libres femenino, donde Ariarne Titmus vio cómo su compatriota Mollie O’Callaghan, un rayo en su último largo, le arrebataba a lo grande (1.53:27) su segundo oro de los Juegos de París, arrastrándola a la plata. O’Callaghan, rota de emoción, rompió además el récord olímpico que tenía Titmus (1.53:50) de los Juegos de Tokio.
La española Carmen Weiler, alumna aventajada de Sergi López y pese a mantener un gran nivel, se quedó sin final (59.72) después de no poder mejorar en la semifinal el récord de España que rompió por la mañana (59.57), concluyendo así novena.