Cuando Lucía Martín-Portugués se suba sobre la pista de esgrima el lunes a mediodía en el Grand Palais, vestida de blanco de pies a cabeza, sable en mano, y con el amuleto de su padre colgando en medio del pecho como un escudo protector, se cerrará un pequeño círculo en la historia de este deporte. A pesar de que la esgrima es una de las disciplinas fundadoras de los Juegos, tomó tres décadas que también lo fuera para las mujeres. Fue hace exactamente un siglo y aquí, en París 1924.
“No es comparable a nada”, dice Martín-Portugués a El Periódico, con la emoción apenas contenida mientras corre hacia uno de sus últimos entrenamientos antes del gran día. A sus 33 años, esta madrileña de Villanueva de la Cañada es en este momento la cuarta mejor sablista del mundo. Ha conseguido un sueño que empezó a los 6 años y que se convirtió en un objetivo profesional a los 17, superando dificultades como un diagnóstico de epilepsia en la adolescencia con el que convive y entrena 8 horas al día. También estudia odontología, de a pocos, ya que los últimos 4 años ha estado centrada en el reto olímpico.
“Estamos aquí por todos los que no han podido estar”, dice emocionada. Su último precedente fue hace ya 16 años, en Pekín 2008, Araceli Navarro, que tuvo que retirarse por una lesión en el hombro. También ese año fue cuando España ganó su primera –y hasta ahora única– medalla olímpica en esgrima, por José Luís Abajo, apodado ‘Pirri’. Sabe que está abriendo camino en más de un sentido y no quiere disimular el “estrés psicológico” que supone llegar al gran día, para el que se ha preparado no solo física sino también mentalmente. Y repite como un mantra: “Valentía no es la ausencia de miedo, sino hacer las cosas igualmente”.
El escenario será el Grand Palais, de majestuosas naves y techos de cristal, una de las sedes olímpicas más icónicas en el centro parisino. Habrá 6.300 espectadores en las gradas. “Una afición así es impensable en esgrima”, dice Martín-Portugués, que rechaza referirse a la esgrima como deporte minoritario y lo llama “emergente”, un ascenso pertinente en un país, Francia, que enseña esgrima en la asignatura de educación física en las escuelas, generando una base que la ha convertido en una potencia mundial de este deporte.
En guardia
Serán las 12 del mediodía cuando el árbitro pronuncie la fórmula mágica, siempre en francés, independientemente de donde se celebre el evento: “En garde, êtes vous prêtes, allez” (en guardia, listas, adelante). Cada tocado es un punto y tienen que conseguir 15 tantos. En sable, la modalidad de Martín-Portugués, el tocado válido es de cintura para arriba. El arma no corta ni pincha. De hecho, la esgrima es un deporte muy poco lesivo – mucho menos que el fútbol, por ejemplo– ya que es un deporte de combate, pero no de contacto.
El sable también es la disciplina más rápida. Como un baile frenético, las esgrimistas −también llamadas tiradoras− atacan y defienden en movimientos alternos, que duran apenas unos segundos. Esto requiere potencia muscular, mucho cardio, y una elevada capacidad de reacción para tomar al segundo decisiones que solo te permite un bagaje de años aprendiendo una técnica exhaustiva. Para esto ha contado con su entrenador, José Luís Álvarez Gil, al que llama “mago gestor de esta trama europea, mundial y olímpica”, cuatro años en los que el equipo del que Martín-Portugués forma parte ha ganado 17 medallas internacionales.
“Yo quiero ganar. Pero el objetivo es decir ‘he dado todo lo que podía dar’. El resultado será la consecuencia de eso”, concluye Martín-Portugués, consciente de que puede hacer historia en París al traer a casa la primera medalla olímpica de la historia de la esgrima femenina española.