Son tiempos políticamente convulsos para el pequeño país caucásico de Georgia. Con áreas de su propio territorio fuera de su control, con un Gobierno prorruso y sobre todo, la voluntad de los ciudadanos de formar parte de la Unión Europea, el país vive momentos complejos. El Ejecutivo recientemente tensó la cuerda con la aprobación de ley de agentes extranjeros –ley de transparencia, oficialmente– algo que ejemplifica el tortuoso camino de Tbilisi en su camino europeo, el objetivo más apreciado por la élite y el pueblo de Georgia a medio y largo plazo.
Cerca del 79% de los georgianos quieren formar parte de la UE porque entienden que puede beneficiar a su país. Es, por ejemplo, el caso de María, una joven de Tbilisi. “Creo que entrar en la Unión Europea es el objetivo de todos los países. Georgia debe estar entre ellos porque apreciamos los valores europeos y queremos compartirlos” explica. Sin embargo, remarca que no es algo simple. “Pienso que no podremos formar parte hasta por lo menos de aquí a 30 años. Nuestros territorios están ocupados, y por ello no hemos entrado antes, porque nadie quiere un conflicto abierto con Rusia”. Se refiere a los estados no reconocidos de Abjasia y Osetia del Sur, en manos rebeldes desde hace décadas. Estos dos territorios, a pesar de ser reconocidos como parte de Georgia por la mayor parte de la comunidad internacional, funcionan como pequeños estados independientes gracias al apoyo ruso. Moscú puntualmente amaga con anexionarse Osetia del Sur para unirla a Osetia del Norte, con su homóloga del norte, que es una república reconocida internacionalmente como parte de la Federación Rusa.
La propia ley de agentes extranjeros genera un tenso debate y enconado en el seno de los georgianos. Tamar, de la costeña y turística ciudad de Batumi la contempla con preocupación. “No nos aportará nada bueno, traerá más tensión social. Por ejemplo, yo trabajo con el sector del turismo, si algún vecino o conocido por cualquier razón decide denunciarme como “agente extranjero” podría entrar en la lista negra” asegura. Aunque la normativa vigente afecta a oenegés, medios de comunicación y empresas, no incluye a individuos. Si su empresa fuera tildada de “organización financiada por una potencia extranjera” – la denominación oficial, originalmente pretendía ser “agente extranjero” como en Rusia- podría constituir un revés para el negocio. “Creo que esta iniciativa solo nos aleja de Europa y nos trae por el camino ruso” concluye. Esa misma idea expresó el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, quien advirtió el pasado lunes al Ejecutivo georgiano que estaba “alejando al país de su camino de integración a la UE”.
Obstáculos de camino a Bruselas
Desde Gori, Sandro, un joven local, también cree que la ley “no es nada buena” y señala que el futuro de Georgia pasa por Bruselas. “La ley de agentes extranjeros no es correcta” opina. “Creo que para que vivamos mejor que nuestros padres, necesitamos estar en la UE y con ideas así no avanzaremos” apostilla. Aunque el apoyo a la UE es mayoritario, hay un tema espinoso relacionado. Así lo cree Aidán, de la capital. “Estamos de acuerdo con muchos de los valores europeos, pero aquí no queremos gais como los tenéis allí” asegura. Él cree que “en Georgia no hay homofobia”, aunque prácticamente la totalidad de la población está en contra del matrimonio homosexual y no está bien visto socialmente que dos hombres se muestren afecto públicamente. “No estoy en contra de ellos, solo queremos una sociedad más tradicional y sin matrimonio homosexual. En su casa que hagan lo que les apetezca” matiza.
Este tema polémico es uno de los cismas entre la Europa Occidental, más abierta a la comunidad LGBT y la Europa Oriental, más cerrada. Incluso en el seno de la UE, países como Hungría, Polonia o Bulgaria son más tradicionales en este aspecto. Posiciones tan conservadoras son parecidas a las de Moscú, que también busca ser un país conservador en lo social que incluso ha añadido a la lista de movimientos extremistas al “movimiento LGBT internacional”, junto con organizaciones como Estado Islámico o grupúsculos neonazis.
El vecino al norte es uno de los mayores dolores de cabeza para Tbilisi. Desde la misma disolución la relación entre ambos estados fue algo errática, aunque posteriormente se rompería del todo a principios de los 2000 con la llegada de Mijaíl Saakashvili al poder y empeoraría aún más en 2008 con la guerra ruso-georgiana. Aunque fue un conflicto corto que no duró más de una semana, dejó un severo trauma en la psique de los ciudadanos. A día de hoy algunos georgianos siguen temiendo a Rusia y creen que después de Ucrania ellos podrían ser los siguientes en ser atacados.
Recelo ciudadano
A pesar del recelo de buena parte de los ciudadanos, Tbilisi mantiene cierta dependencia aún mantiene por el comercio y el turismo con Rusia – recientemente las autoridades reabrieron los vuelos directos-. La falta de sanciones y la relativa neutralidad del gobierno georgiano ha sido apreciada por el Kremlin, que les agradeció “no ser una molestia”. Y es que las autoridades han buscado activamente no molestar a Rusia, a pesar de que eso le ha costado una conflictividad social por el apoyo a Kiev de una buena parte de la población georgiana, algo que se plasma en las calles o en las donaciones que se envían desde el país.
Por su parte, María entiende que el gobierno de su país hace lo mejor que puede “para mantener el equilibrio”. Justifica que “Rusia es una gran amenaza para nosotros y hace (el Gobierno) lo mejor que puede para no irritar a Moscú”. Sabe que su punto de vista no es el más común en Georgia, especialmente en la capital, pero entiende que aunque la UE sería buena para su país “Rusia no tolerará (la adhesión) y no lo permitirá, al menos mientras haya un régimen corrupto y dictatorial”. Por ello cree que a largo plazo el país caucásico sí podría incorporarse y “formar parte de la UE”. El Ejecutivo georgiano tendrá el próximo mes de octubre una prueba de fuego en las elecciones parlamentarias para ver si sus ciudadanos aprueban su búsqueda del equilibrio o quieren romper con Sueño Georgiano, el partido oficialista.