Las burdas publicidades de mejoras en la salud pública, no se compadecen en lo más mínimo a las penurias a nivel regional, ya que casi no se ha salido de necesidades generales.
El acecho de enfermedades graves deja aún más al desnudo realidades de pobreza y desatención gubernamental, colocando a cada tanto al borde del desespero a la población y a los mismos profesionales que ven morir a pacientes por falta de sencillos insumos, medicamentos, equipos y por ocultar desidias.
Este panorama repetido y doloroso, es profundamente triste pues las carencias superan a las provisiones gubernamentales, y se es consciente plenamente desde esferas del poder.
La falta de consideración para con la vida de la gente más pobre de esta parte del territorio nacional, viene de la misma esfera que debería en teoría ocuparse de dicha franja social y que constantemente escuchamos en dulces discursos de boca de ministros y titulares de entes.
Mediante el buen corazón de ciudadanos que periódicamente hacen donación, o acuden a los llamados desesperados y desgarradores de personas con familiares cuya vida pende de un medicamento, se amaina mínimamente necesidades. Organizaciones civiles de solidaridad, y medios de comunicación, fomentan cruzadas buscando recaudar sumas de dinero para ayudar a la gente de menores recursos materiales que no tienen otra alternativa que buscar solución a sus males de salud en el Hospital Regional, pero no cuentan con casi nada.
A este nivel lamentablemente se cae por lo mismo de siempre, una desatención gubernamental criminal que en cualquier lugar del mundo debería dar vergüenza. La solidaridad es un valor altamente humano, pero jamás debe reemplazar a responsabilidades neta y exclusivamente estatales.
La solidaridad tiene otra faceta no muy positiva, y que es exactamente proporcional a la inutilidad oficial. A mayor ayuda ciudadana, se tiene clara que existen desatenciones institucionales.
Ante la desidia oficial, lo más útil para recobrar medianamente el equilibrio en la salud pública, son estas campañas repetidas.
Con la salud no se puede esperar, y mucho menos experimentar, ser mezquinos o intentar minimizar realidades epidémicas graves. La vida de cada ciudadano, debería ser prioridad real, no de meros discursos en tiempos electorales.
La experiencia habla por sí sola, y todas las determinaciones en el rubro dadas por las autoridades fueron inconducentes y agravantes.
La política de salud generó bastante, pero exequias.
El desequilibrio entre la capital y el interior no es leyenda urbana, y sigue absolutamente vigente en este tiempo.
La solidaridad de la ciudadanía se encuadra dentro de los principios humanos más altos, que de momento es sostén en casi todos los rubros del que debería ocuparse el Gobierno.
No es incorrecto el involucramiento ciudadano hacia el prójimo, pero el nivel de acción solidaria delata mediocridades gubernamentales.